El Marxismo, como ya es conocido de manera universal, desde sus orígenes ha sido una doctrina política, filosófica y económica basada en un análisis materialista-histórico de las relaciones de poder y explotación que se construyeron entre dos clases sociales con situaciones, realidades, intereses socioeconómicos y culturas opuestas.
Pese a que los protagonistas de
varias de las revoluciones del siglo pasado se han jactado de llevar a la
práctica los principios de la teoría marxista y han celebrado la instauración
de nuevos sistemas políticos donde los oprimidos (mejor dicho, la clase obrera)
pasaran a controlar el poder político y los medios de producción, lo cierto es
que fueron los partidos comunistas de ideología marxista quienes se hicieron
cargo de las instituciones burguesas como el Estado, la Justicia y el Ejército
y, lejos de extinguirlas, las utilizaron para controlar, reprimir y oprimir al
resto de la población. Se constituyeron así como genuinas dictaduras con
tutelaje de los comités centrales de los Partidos Comunistas quienes prácticamente se adueñaron de los estallidos sociales, mientras que el "nuevo"
sistema económico de producción consistió en verdad de un pasaje del tradicional
Capitalismo liberal de corte empresarial a un Capitalismo
centralizado de Estado, donde los dueños de
los medios de producción fueron los gobernantes.
Si existe una característica muy
clara en la teoría y que se evidencia mejor con los hechos históricos, pese a que
los discursos actuales suelan ser más seductores e integracionistas para con nuestras compañeras, es que el Marxismo niega estructuralmente a las Mujeres como clase y como sujeto histórico. Sería un
grave error incluir a todos los militantes marxistas en este grupo y no es mi
intención hacerlo, pero es muy importante aclarar que los ejes básicos de la teoría
pensada por Marx y Engels están dirigidas hacia la emancipación del trabajador,
del obrero, del hombre proletario, de quien "lleva el dinero a la
casa", de quien porta un miembro viril entre sus piernas.
Con respecto a la temática de
género, el Marxismo posee una visión reduccionista y tradicionalista para
analizarla. Lo hace desde la consideración de una relación lógica entre el
trabajo doméstico no remunerado (esfera de reproducción de la fuerza de trabajo
de las Mujeres) y su funcionalidad al mantenimiento
del sistema capitalista. El pensamiento marxista llega a la conclusión de que la división
sexual del trabajo trata de la principal causa de la subordinación de las
Mujeres, aunque no la considera como la principal fuente de explotación
socioeconómica.
La relación entre Feminismo y Marxismo es contradictoria. |
Friedrich Engels, en su obra
"El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado" (1884), analizó
la situación de las Mujeres durante el auge del sistema capitalista. Para él, la opresión de la mujer (un
objeto de comercio, a bajo precio) se debía al matrimonio y a la institución de la familia. Sin ir más
lejos, la división sexual del trabajo era comprendida como consecuencia directa
de la explotación de las Mujeres por los hombres en el seno de las familias. Esta
explotación derivaba de la propiedad privada y de su exclusión del sistema productivo.
Por este motivo es que Engels plantea la propuesta de que las Mujeres
únicamente lograrían su liberación una vez que trabajasen
"fuera del hogar" (la base fundamental para su emancipación
entonces sería la independencia económica), es decir, jugando
el papel del típico obrero de las fábricas; y luego de que se llevara a cabo la Revolución Socialista.
El error más importante que comete el Marxismo en su vago intento por dar una salida a la situación de doble explotación sufrida desde hace siglos por las Mujeres es separar la noción de clase de la de género. En palabras de la historiadora austríaca Gerda Lerner (1920-2013): “la esclavitud de las mujeres, que combina racismo y sexismo a la vez, precedió a la formación y a la opresión de clases. Las diferencias de clase estaban en sus comienzos expresadas y constituidas en función de las relaciones patriarcales. La clase no es una construcción aparte del género, sino que más bien la clase se expresa en términos de género.” (La creación del Patriarcado, 1990). Una persona teórica que se ocupará de pensar métodos posibles para la transformación de la realidad de las Mujeres debe considerar al género como una expresión de la clase en cuestión, mientras que no debería subordinar las problemáticas de las Mujeres a la lucha de clases únicamente limitada al terreno de las relaciones económicas.
Ni clase ni sujeto histórico
Desde la comprensión de tipo
marxista de las relaciones de poder, la lucha de las Mujeres se enmarca hacia
el interior de la lucha de clases. De esta manera, las Mujeres no pueden
constituirse como una clase en sí (pertenecen a la clase obrera o a la clase
burguesa, aunque con la coincidencia de que en ambos grupos de pertenencia, son
oprimidas por los hombres), y ni siquiera pueden hacer uso de su conciencia
propia como individuo (no conforman un sujeto histórico con la capacidad
suficiente para transformar su realidad y dar origen a hechos históricos
revolucionarios, sino que dependen de las acciones radicales realizadas por las
masas obreras lideradas por un partido político u organización), ya que ésta se
encuentra determinada por las estructuras superiores sobre las que descansa la
dialéctica entre las clases sociales consideradas como sujetos históricos sólo
en base a la propiedad o no de los medios de producción.
Para fundamentar este
primer cuestionamiento al Marxismo, una ideología política que niega
estructuralmente a las Mujeres, se adjuntará a continuación un extracto teórico
de una materialista histórica reivindicada así misma como feminista-materialista. Monique Wittig (1935-2003), en su texto "No
se nace Mujer" de 1981, expresaba lo siguiente:
“El marxismo ha negado a los integrantes de las clases
oprimidas el atributo de sujetos. Al hacer esto, el marxismo, a causa del poder
político e ideológico que esta “ciencia revolucionaria” tuvo inmediatamente
sobre el movimiento obrero y los otros grupos políticos, ha impedido a todas
las categorías de las personas oprimidas que se constituyan históricamente como
sujetos (como sujetos de sus luchas, por ejemplo). Esto significa que las
“masas” no luchaban por ellas mismas sino por el partido o sus organizaciones.
Y cuando una transformación económica tuvo lugar (fin de la propiedad privada,
constitución del estado socialista), ningún cambio revolucionario tuvo lugar en
la nueva sociedad, porque las propias personas no habían cambiado. Para las
mujeres, el marxismo tuvo dos consecuencias. Les hizo imposible tomar
conciencia de que eran una clase y por lo tanto les impidió constituirse como
clase durante mucho tiempo, dejando la relación “mujeres/hombres” fuera del
orden social, haciendo de ella una relación “natural” —sin duda, la única
relación vista de esta manera por los marxistas, junto con la relación entre
mujeres e hijos—, y ocultando finalmente el conflicto de clase entre hombres y
mujeres tras una división natural del trabajo (La ideología alemana). Esto en
lo referente al nivel teórico (ideológico). En la práctica, Lenin, partido,
todos los partidos comunistas hasta hoy, incluyendo a todos los grupos
políticos más radicales, han reaccionado siempre contra cualquier tentativa de
las mujeres de reflexionar y formar grupos basados en su propio problema de
clase, con acusaciones de divisionismo. Al unirnos, nosotras, las mujeres,
dividimos la fuerza del pueblo. Esto significa que, para los marxistas, las
mujeres pertenecen ya sea a la clase burguesa o a la clase obrera, o en otras
palabras, a los hombres de esas clases. Más aún, la teoría marxista no permite
a las mujeres, como a otras clases de personas oprimidas, que se constituyan en
sujetos históricos, porque el marxismo no tiene en cuenta que una clase también
consiste en individuos, uno por uno. La conciencia de clase no es suficiente.
Tenemos que intentar entender filosóficamente (políticamente) estos conceptos
de “sujeto” y “conciencia de clase” y cómo funcionan en relación con nuestra
historia. Cuando descubrimos que las mujeres son objeto de opresión y
apropiación, en el momento exacto en que somos capaces de reconocer esto, nos
convertimos en sujetos en el sentido de sujetos cognitivos, por medio de una
operación de abstracción. La conciencia de la opresión no es sólo una reacción
(una lucha) contra la opresión: supone también una total reevaluación
conceptual del mundo social, su total reorganización con nuevos conceptos,
desarrollados desde el punto de vista de la opresión. Es lo que yo llamaría la
ciencia de la opresión, creada por los oprimidos. Esta operación de entender la
realidad tiene que ser emprendida por cada una de nosotras: llamémosla una
práctica subjetiva, cognitiva. Este movimiento de ida y vuelta entre los dos
niveles de la realidad (la realidad conceptual y la realidad material de la
opresión, que son, ambas, realidades sociales) se logra a través del lenguaje.
Somos nosotras quienes históricamente tenemos que realizar esa
tarea de definir lo que es un sujeto individual en términos materialistas.
Seguramente esto parece una imposibilidad, porque el materialismo y la
subjetividad siempre han sido recíprocamente excluyentes. Lejos de
desesperarnos por no entenderlo, tenemos que comprender así el abandono por
muchas de nosotras del mito de “la-mujer” (que es sólo un espejismo que nos
distrae en nuestro camino); ello se explica por esta necesidad que tiene cada
ser humano de existir como individuo, y también como miembro de una clase. Esta
es tal vez la primera condición para que se consume la revolución que deseamos,
sin la cual no hay lucha real o transformación. Pero, paralelamente, sin clase
ni conciencia de clase no hay verdaderos sujetos, solamente individuos
alienados. Para las mujeres, responder a la cuestión del sujeto individual en
términos materialistas consiste, en primer lugar, en mostrar, como lo hicieron
las feministas y las lesbianas, que los problemas supuestamente subjetivos,
“individuales” y “privados” son, de hecho, problemas sociales, problemas de
clase; que la sexualidad no es, para las mujeres, una expresión individual y
subjetiva, sino una institución social violenta. Pero una vez que hayamos mostrado
que todos nuestros problemas supuestamente personales son, de hecho, problemas
de clase, aún nos quedará responder al problema del sujeto de cada mujer,
tomada aisladamente; no el mito, sino cada una de nosotras. En este punto, creo
que sólo mas allá de las categorías de sexo (mujer y hombre) puede encontrarse
una nueva y subjetiva definición de la persona y del sujeto para toda la
humanidad, y que el surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero
las categorías de sexo, eliminando su uso, y rechazando todas las ciencias que
aún las utilizan como sus fundamentos (prácticamente todas las ciencias
humanas).”
El movimiento de Mujeres alzando su voz, signo de existencia como sujeto histórico. |
Pareciera ser que los marxistas no comprenden que "lo personal es político", y que las problemáticas que afectan a cada una de las compañeras no son simplemente "anacronismos del Capital" (como definía Marx a los conflictos generados por fuera de la órbita de la relación Capital-Trabajo), si no manifestaciones de la opresión del Patriarcado sobre ellas. Del mismo modo que el Marxismo no tiene en cuenta las cuestiones de raza, cultura o la heterogeneidad de la clase de los oprimidos (no sólo está compuesta por trabajadores asalariados de las urbes urbanas), minimiza las cuestiones que atraviesan y afectan a las Mujeres, tanto como individuos y como clase.
La destrucción del Capitalismo,
entendido éste como un sistema de producción de bienes y servicios que privilegia
al Hombre burgués y también al proletario, no determinará la
finalización de la opresión sobre las Mujeres. Es menester construir teoría y praxis revolucionarias que concuerden con
los intereses y las necesidades del sujeto histórico ‘Mujeres’ y, como podemos concluir, el Marxismo carece de estos elementos vitales para la emancipación.
Si no será feminista, simplemente no será revolución. |