jueves, 30 de julio de 2015

Voto: La trampa del sistema capitalista

 



   En vísperas de elecciones visualizamos un excesivo derroche de millones de billetes en propaganda política, que es solventada principalmente por capitales provenientes de empresas privadas (a cambio de "favores" políticos en caso de que el candidato apoyado triunfe en las elecciones), dinero “administrado” (malgastado) por el Estado, del pueblo y también del bolsillo de los militantes de los partidos políticos (en algunos casos).
   Durante la época de campaña se desarrolla el circo electoral que consta de una maquillada de la realidad puesta en escena, donde se exponen candidatos con supuestos aspectos de honestidad, inteligencia, empatía por los que menos ingresos perciben, con capacidad para solucionar los problemas sociales y económicos vigentes, y elocuentes discursos que generalmente logran crear falsas expectativas en el votante.

   Ha transcurrido una vasta cantidad de elecciones en cada país con democracia constituida, y el fraude electoral, las promesas incumplidas, la corrupción devenida en normalidad y el abuso de la autoridad tras la obtención del poder político constituyen concretamente sus consecuencias. Todas ellas al servicio de las clases dominantes, ya que proceden al mantenimiento del sistema capitalista. Nada más efectivo para la burguesía que la puesta en funcionamiento de una propia burocracia de fácil domesticación.




Voto, ¿La voluntad de las mayorías?



   El voto es elemental para desarrollar una democracia. También es necesario para ejercer control social. El electorado, en su mayoría, goza de un falso sentimiento de ejercer la libertad por decidir a quién entregar su voto; cuando, lejos de ello, se está convirtiendo en el único rehén del juego demagogo que imponen los dueños del poder, por cierto quienes son beneficiarios directos del circo electoral y el desfile de los partidos.
   El hecho de votar, como cualquier otro acto, te hace responsable de los efectos que genera. No obstante, no podemos llamar al triunfo de un partido político sobre otro como una “expresión de la voluntad de las mayorías”, cuando el voto es obligatorio, un alto porcentaje ni siquiera asiste a votar (entre el 20 y 30% del total), existe fraude electoral (robo o compra de votos, manipulación, amenaza, etc.-) y mecanismos prescriptivos que evitan la presencia de frentes electoralistas diminutos. Además, es muy común que tras las elecciones generales, las mismas se diriman entre dos fuerzas políticas, reduciendo aún más el abanico de opciones que posee un votante, quien generalmente termina aplicando la “teoría del mal menor” (deducir quién es menos peor) para entregar su voto al candidato que se supone que menos daño hará en su gestión.





   Las elecciones asimilan provisoriamente (hasta que culmina el periodo eleccionario) las contradicciones internas de la sociedad al reducir a todas las personas al valor de un voto, mientras que por otro lado legitiman de forma explícita la existencia de un Estado centralizador del poder, y con éste a sus fuerzas armadas del Orden, la represión, a las desigualdades socioeconómicas y la legalidad burguesa.

   En el terreno de las elecciones también suelen aparecer plataformas partidarias autoproclamadas como “partidos de la clase obrera” con cierta inserción en trabajadores, aunque sólo basta con observar el compuesto de las listas para darse con que los puestos con posibilidades de ingreso al Parlamento están ocupados por burócratas mantenidos por las bases militantes (como todo “político burgués”), profesionales de la política o intelectuales acomodados que jamás han trabajado en situación de dependencia.

   Entonces, el voto contribuye a mantener a la democracia parlamentaria como forma de gobierno, necesaria para la continuación de la reproducción legalizada de las relaciones de explotación. Distinto a ella sería poseer como sistema a una democracia directa, donde predominasen las acciones directas entre las personas y, en caso de elecciones, estas ser de tipo asamblearias con voto optativo y visible -a mano alzada, por lo general- (el voto secreto es fundamental para cometer un fraude porque no se sabe realmente a quién se votó).


   La persuasión electoral ha afectado a la población de tal manera que ésta es muy promiscua a creer en las promesas propuestas por políticos desesperados por conquistar votos. La abstención activa hoy es vista como un acto de desperdicio de una oportunidad de continuidad de reformas positivas o cambio para una sociedad.
   Es ridículo sostener que un voto puede cambiar el rumbo de un país. Si así lo fuera, estaríamos en condiciones de votar entre seguir viviendo bajo este sistema capitalista u optar por uno alternativo. Para suerte de las clases dominantes, el voto le es funcional a sus intereses de gobernar, prohibir, reprimir.
 
Si el voto podría cambiar la realidad, no tenga dudas de que estaría prohibido.