Días
siniestros. Horas trágicas. Fue el 26 de septiembre. Pero también el 27. Un saldo de 7 muertos, 17 heridos y 43 desaparecidos. Ya han
pasado 365 días, y no aparecen. Eran estudiantes, lo sabemos. Querían mejorar
sus condiciones de vida, y las de sus familias, también. ¿Qué estarían haciendo
ahora? No lo sabemos. Quizás aprendiendo, quizás movilizándose, quizás recreándose.
Eso nunca lo sabremos.
El dolor de
todo un pueblo. Desaforado, gritándole al cielo. Pidiendo la aparición de sus
hijos, con vida. Pidiendo el renacimiento del fruto de esas madres que jamás,
jamás dejaran de luchar. Porque su existencia se basará en la lucha. De aquí
hasta el final. Por esos chavos, sí. Por esos pibes, jóvenes, estudiantes.
Vidas. Sueños. Eran 43. Son 43. Serán por siempre 43. Es nuestro deber, como
pibes, jóvenes o estudiantes que somos, exigir su aparición. Restitución con vida. Estés en Guerrero,
en Cuzco, en Buenos Aires. Pero más importante que exigir su aparición, es
renacer los ideales de los 43 de Ayotzi en nosotros. Con facetas distintas para
cada contexto. Porque las realidades de las sociedades difieren. Mucho. Pero
exijamos lo que nos corresponde. Libertad. Libertad para decidir. Libertad para
opinar. Libertad para soñar y para vivir.
Eran
colegas. Eran indios. Eran negros. ¿Por eso se los llevaron? Existe una sola
raza, la humana. Eran mexicanos, pero los siento como hermanos míos. Las
fronteras son patrañas. No existen. Las crean para dividir y reinar. Que las
instituciones del poder no nos separen compañeros, compañeras. Aquel día fueron
43 en Ayotzinapa, Iguala, México. Pero día a día nos desaparecen. Para
callarnos. Para vendernos. Para explotarnos. Para dividirnos. El peligro, el
temor. Sus armas preferidas. Si no son suficientes, desaparición.
Son
cobardes. Atacan en grupos. Poseen el marco legal a su favor para reprimir.
Para asesinarnos. Su amparo es el Estado. Esa inmundicia institucional al
servicio de los más poderosos. De los dueños del capital. Los oligarcas. Los
terratenientes. Los políticos. Responsables son ellos. Aquí, allá, en todos lados.
¿Qué nos queda por hacer? Muchas cosas. Empecemos por dejar de lado la indiferencia.
Esa que te hace cómplice de quien te reprime. Solidaricémonos a nivel global.
Las cosas no suceden en un solo lugar. Vivimos en un sistema. Internacional. O
se lo combate entero, o no se lo combate. Procesos que tardarán siglos. Pero
hay que contribuir en la medida de nuestras posibilidades. Vale crearlas.
Porque sería la mejor manera de reivindicarlos. A ellos. A los 43. A los pibes
que se llevaron en las dictaduras latinoamericanas. A los del Mayo Francés. A
cada pibe que cae en manos de un represor. Gatillo fácil. En la telaraña de la
narcocracia.
La
narcocracia. Drogas, balas, muerte, desaparición forzada.
Relaciones carnales del sistema político y el crimen organizado. Todo complementado en un círculo vicioso. Una realidad iniciada en un pueblo.
Entre los ranchos. Ahora, una situación muy compleja. Ampliada a países enteros.
México. Colombia. Argentina. Que no es sólo el Chapo Guzmán. Es sinónimo de
terrorismo. Terrorismo de Estado. En plena democracia. Sí, en democracia.
Supera a Peña Nieto. También a su partido. Y a sus aliados. Implica armas, negocios
y mucho dinero. Estados Unidos en el medio. Por supuesto. Indisimulable. Común.
Normal. Una habitualidad.
Los bancos
vacíos. Las mesas con sus fotografías, esperándolos. La falta de los muchachos.
La falta de respuestas de un Estado criminal. Privatizador y entreguista.
Responsable de la desaparición multiplicada por miles en los últimos años. Y el
sistema político, con todos sus partidos adentro. Responsables de facilitar la
existencia de ese Estado. Porque las cosas no se cambian compartiendo techo con
tus explotadores. Vean la Comunidad de Cherán. Ni un político quedó. Ni un policía represor quedó. Palabras más, palabras
menos. Autogobierno, autodefensa comunitaria y autodeterminación. En tierras donde emergió el zapatismo,
era esperable. Enhorabuena. Sin fanatismos. Superando las diferencias
ideológicas. Tirando todos para el mismo lado. Una cohesión revolucionaria para
nuestros tiempos. Tiempos de individualismo y sectarismo.
Por esa senda alternativa se encaminaban los normalistas de Ayotzinapa. Hacia la autodeterminación. La Libertad.
La lucha por los derechos inherentes a la vida. Hacia la victoria impostergable.
La de sus hijos y nietos. ¿Por eso se los llevaron? Difícil de construir una
respuesta certera. Demasiada incertidumbre. Pocas certezas. Las relaciones de
poder dirigen este mundo. Porque la configuración es capitalista. Aquella
persona que lo cuestiona, es peligrosa. Y corre el peligro de ser silenciada.
Ultrajada. Desaparecida. Asesinada.
Un año y no
se avanzó en la investigación. Un año y las críticas al sistema político
mexicano se multiplicaron. Un año y siguen sin aparecer. Un año y esos padres
no saben si volverán a verlos. Un año y esas madres no bajan los brazos. Un año
y las esperanzas por hallar justica se renuevan. Un año y el tiempo transcurre. Un año y seguimos esperando. Poco o mucho tiempo, pero
sirvió para que reflexionemos. Nos puede tocar a nosotros. Sí. Pero que sepan
que en donde haya uno menos, renacerán miles en su lugar.
Reflexiones
de un pibe, joven, estudiante. Como eran los 43. Y mi interrogante, como el
primer día, sigue siendo el mismo: ¿Dónde están?