Mi querido hijo y compañero:
Desde el día que te vi por
última vez pensé escribirte esta carta, pero mi prolongado ayuno y el
pensamiento de no poderme expresar como era mi deseo, me han hecho esperar
hasta hoy.
El otro día, apenas cese la
huelga de hambre, mi pensamiento voló a ti y quise escribirte en seguida, pero
advertí que mis fuerzas físicas no eran suficientes y que no estaba en
condiciones de readquirirlas en un momento, debí, por lo tanto, suspenderla.
Mas es necesario acabar antes de que nos conduzcan de nuevo a la celda de la
muerte. Es mi opinión que, apenas la Corte Suprema deniegue la revisión del
proceso, nos conducirán al triste lugar, y el lunes, si nada ocurre, nos
matarán apenas haya sonado la media noche.
Heme aquí, pues, enteramente
sólo contigo, con toda la fuerza de mi amor, para abrirte los tesoros de mi
pobre corazón.
¡Nunca hubiera pensado que
nuestro inseparable amor pudiera acabar tan trágicamente! Pero estos siete años
de dolor me dicen que esto se ha hecho posible.
Empero, esta nuestra forzada
separación no ha cambiado en un ápice nuestro afecto, que permanece más sólido
y vivo que nunca. Más bien, si esto es posible, se ha agigantado más aún.
Esto no solamente es un gran
modo de proceder en la vida, sino también la confirmación de un hecho: que el
verdadero amor fraterno no sólo se muestra en los momentos de alegría y placer,
sino más aún en los momentos de lucha y de sufrimiento.
Recuérdalo, Dante.
Nosotros lo hemos demostrado
y, modestia aparte, nos sentimos orgullosos de ello.
Mucho hemos sufrido en
nuestro largo calvario. Nosotros protestamos hoy, como hemos protestado ayer, y
protestaremos siempre por nuestra libertad.
Si desistí de la huelga de
hambre fue porque ya no quedaba en mí, sombra alguna de vida, y yo había
escogido esa forma de protestar para reclamar la vida y no la muerte.
Mi sacrificio estaba animado
por el deseo vivísimo que había en mí de volver a estrechar entre mis brazos a
tu pequeña hermanita querida Inés, a tu madre, a ti y a todos mis amados compañeros
y amigos. Por esto, hijo, vuelve ahora la vida, calma y tranquila, a reanimar
mi pobre cuerpo, aunque el espíritu permanezca sin horizontes y siempre como
perdido entre tétricas, sombrías, visiones de muerte.
Y bien, querido muchachito
mío, después de haberme hablado tu madre tantas veces de ti y de haberte visto
en mis sueños días y noches, fue alegría inefable la de volverte a ver,
estrecharte entre mis brazos y hablar contigo como solía hacerlo otros días…
aquellos días…
Mucho te dije en esta
ocasión y mucho deseaba decirte aún; pero vi que eras siempre el amoroso
muchacho de aquel entonces… que eras bueno con tu mamá, que tanto te ama, y no
quise herir más largamente tu sensibilidad, porque estoy seguro que continuarás
siendo el noble y buen joven que eres ahora y recordarás para siempre cuanto te
dije.
Yo estoy tan seguro de esto
como de que lo que voy a decirte ahora hará vibrar tu pobre corazón; pero no
llores, Dante, porque muchas lágrimas ya han sido derramadas en vano -tu madre
las ha derramado durante siete años, inútilmente. Por eso, hijo, en vez de
llorar, hazte fuerte para poder estar en condiciones de confortar a tu pobre
madre.
Te diré ahora lo que yo
solía hacer cuando quería distraer a tu madre de algún triste pensamiento, para
que tú puedas repetirlo cuando sea necesario. Íbamos de la mano, en un largo
paseo a través de los campos al aire libre y bajo el sol radiante; recogía a mi
paso flores silvestres de un lado y de otro, y se las ofrecía, y cuando la advertía
cansada, la hacía sentar a la sombra de algún árbol, y ahí, en la viva y dulce armonía
de madre natura, ella lo olvidaba todo y era feliz, tan feliz…
Recuerda, también esto, hijo
mío. No olvides jamás, Dante, cuantas veces seas feliz en la vida, de no ser
egoísta; comparte siempre tu dicha con los más infelices, más pobres y más
débiles que tú, y no seas sordo nunca hacia quienes reclaman socorro.
Ayuda a los perseguidos y a
las víctimas, porque ellos serán tus mejores amigos; ellos son los compañeros
que luchan y caen como tu padre y Bartolomeo, que lucharon y hoy caen por haber
reclamado felicidad y libertad para todos los pobres y harapientas muchedumbres
del trabajo.
En esta lucha por la vida
hallaras alegría y satisfacción y serás amado por tus semejantes.
Por todo lo que tu madre me
informa acerca de cuanto has dicho y hecho en estos últimos días de atroz
agonía sufridos por mí en la celda de muerte, yo estoy seguro de que serás un
día el joven por mí soñado tantas veces, y esta certeza me hace casi feliz.
Nadie puede saber o decir lo
que será de nosotros mañana, pero si nos matan tu no deberás olvidar jamás de
mirar a tus amigos y compañeros con la misma sonrisa jovial sobre los labios
con que miras a tus más íntimos afectos, porque ellos te aman con el mismo amor
de que rodean a todos los demás infortunados y perseguidos compañeros.
Y esto te lo dice tu padre,
tu padre que lo es todo para ti; tu padre que los ama como los ama, que sabe y
conoce la nobleza de su fe -que es la mía, Dante-, los supremos sacrificios que
ellos afrontan todavía por nuestra libertad, porque yo he combatido a su lado,
ellos son los que nos hacen vivir en el corazón una esperanza todavía.
Solamente ellos podrán evitar nuestra electrocución. Esta es la lucha, la guerra
entre los ricos y los pobres, por la salvación y la libertad que tú, hijo mío,
comprenderás mejor cuando seas mayor, en toda su grandiosidad y nobleza.
Pensaba continuamente en ti,
Dante mío, en los tristes días transcurridos en la celda de la muerte. El
canto, las tiernas voces de los niños que llegaban hasta mí del vecino jardín
de juego donde brincaba la vida y la alegría sin afanes -solamente a pocos
pasos de distancia de los muros que aprisionan en una atroz agonía a tres almas
en pena- todo me hacía pensar insistentemente en tí y en Inés, y os deseaba
tanto, tanto, ¡oh, hijos míos! …
Más luego pensé que fue
mejor que no hayas venido a verme en esos días, porque te hubieras encontrado
en la celda de la muerte, en presencia del cuadro espantoso de tres hombres en
agonía, en espera de ser muertos, y quien sabe qué efecto hubiera podido
producir en tu mente tan trágica visión, y que influencia hubiera podido tener
en el futuro.
Por otra parte si tu no
fueses un muchacho demasiado sensible, tal visión hubiera podido serte útil
cuando, más adelante, pudieras recordarla para decir al mundo toda la vergüenza
de este siglo que está encerrada en esa forma cruel de persecución y de infame
muerte.
Sí, Dante mío, podrán muy
bien crucificar nuestros cuerpos, como ya lo hacen desde siete años, pero no
podrán destruir jamás nuestras ideas, que permanecerán aún más bellas para las
generaciones futuras.
Dante, cuando me refería a
tres vidas, quería decirte que con nosotros está otro joven, Celestino
Madeiros, que será muerto junto con nosotros. Él ya ha estado otras dos veces
en la horrible celda de muerte -que debe ser destruida con la piqueta del
progreso- esa horrible celda que deshonra al Estado de Massachussets. Se
debería destruir esas celdas, para levantar en su lugar fábricas y escuelas
para enseñar lo útil y lo bueno a centenares de niños.
Dante, te exhorto una vez
más a ser bueno y a amar con todo tu afecto a tu madre en estos tristes días, y
yo moriré seguro que con todos tus cuidados y tus afectos ella será menos
infeliz. Y no dejes de conservar un poco de tu amor para mí, hijo, porque yo te
amo tanto, tanto…
Mis más fraternos saludos
para todos los buenos amigos y compañeros.
Afectuosos besos para la
pequeña Inés, para mamá, y para ti un abrazo de corazón de tu padre y
compañero.
Nicola Sacco
P.D. Bartolomeo te envía
también sus cariñosos saludos. Espero que tu madre te ayudará a comprender esta
carta, ya que no he podido escribir mejor y de manera más clara, porque no me
siento lo bastante bien, y estoy débil, tan débil… ¡Adiós!