martes, 21 de julio de 2015

Legalidad: Una cuestión de poder




   La institución de la Ley tiene su origen, conformación, reforma y mantenimiento en el interés estratégico del Estado por crear relaciones de poder (donde su Corte Suprema goza de una absoluta arbitrariedad para juzgar) justificables en base a los principios de la legalidad técnica-racional diagramada por su aparato legislativo y puesta en funcionamiento por el poder judicial.
   La estructura legal está compuesta por leyes, que son reglas formalizadas de cumplimiento obligado, que rigen en una supuesta consonancia con la justicia y la ética de la población, empleadas con el objetivo de obligar, regular o prohibir actos, procesos y prácticas de individuos o grupos. Éstas son propuestas (bajo sus valores), tratadas (en base a su idiosincrasia) y sancionadas (de acuerdo a su moral y prejuicios) por los legisladores (burocracia) del Estado nacional. Es decir, un grupo de unos pocos miles de políticos (una casta económicamente estéril) financiados por la sociedad, ejerce la función legalizadora de normas que luego deberán ser respetadas, o en su defecto habrá castigo penal o financiero, por los ciudadanos y campesinos de un país.

   La legalidad necesita la existencia de una sociedad sumisa que sirva como fuente de garantía para su legitimación. Al fin y al cabo el Estado, inundado de pragmatismo, busca que los habitantes lo constituyan como un Estado de Derecho, al que se le otorgue una suprema potestad para dominar las relaciones sociales, intervenir en los conflictos surgidos entre personas y, sobretodo, para contener todo movimiento revolucionario que cuestione los privilegios de las clases dominantes y afecte a la paz social. Además, en estos sistemas estatales el ciudadano común se suma activamente a la defensa de la legalidad tras incorporar la Cultura de la Legalidad.



Cultura de la Legalidad



   Roy Godson, profesor emérito de la Universidad de Georgetown, define a la Cultura de la Legalidad de una sociedad como “el conjunto de creencias, valores, normas y acciones que promueve que la población crea en el Estado de Derecho, lo defienda y no tolere la ilegalidad”. Godson plantea que la Cultura de la Legalidad incita a la involucración voluntaria de los ciudadanos a las instituciones, para apoyarlas, participar en el sostenimiento del sistema judicial, y reducir las ilegalidades en todos los estratos sociales.
   Trata de un mecanismo de autorrealización personal y control social, que prioriza el respeto a la ley (sin importar si la disposición formal haya tratado de un arbitraje político), las costumbres regionales, la normalidad y es la máxima expresión de la legitimación de la justicia injusta que provee el sistema judicial del Estado. La sociedad forma una militancia de la legalidad y justicia (burguesas), creyendo que es la mejor manera de contribuir al interés público y que lo beneficiará a largo plazo. La realidad fehaciente, contraria a la imaginada, indica que lo único que se logra es profundizar la legitimación de un Statu Quo sumamente desigual e inequitativo.



   En toda sociedad practicante de una Cultura de la Legalidad, sus habitantes asumen con lealtad los siguientes principios:

1. Responsabilidad comunitaria para cooperar con las autoridades y respetar la ley de las demás personas.
2. Demostrar intereses y conocer las normas básicas que las regulan.

3. Respeto hacia las leyes -normas sociales-.

4. Rechazo y condena a los actos ilegales.

5. Colaboración permanente con las dependencias del sistema de procuración de justicia.

 
   Ésta idea idealizada de acción social legalista sólo es eficiente en un Estado de Derecho como régimen político, basado en el respeto de las leyes fundamentales, ejemplares sanciones a las violaciones de ley y la igualdad de las personas ante ellas (las leyes protegen los derechos de cada persona). Desde el estatismo advierten que el Estado de Derecho facilita la participación de la gente, la equidad económica y la protección de los más expuestos a la ilegalidad.

   Existen 4 criterios que constituyen un Estado de derecho:

1. Las leyes se establecen de manera democrática mediante mecanismos formales (la supuesta participación de toda la sociedad en la creación de leyes es una falacia, ya que los legisladores son los únicos con capacidad de sanción o no, según sus puntos de vista)
2. Las leyes protegen los derechos individuales (tanto en la convivencia entre personas o como parte de una sociedad)

3. Las leyes se aplican a todos por igual (son de carácter general, por lo que no se debería diferenciar ante la ley a una mujer de un hombre, como suele suceder en la mayoría de los casos)

4. Las leyes se hacen cumplir por igual (inclusive a los gobernantes, lo que se presenta como otra falacia, porque los dueños del poder político por más que violen leyes, muy raramente llegan a instancias de juicio)



¿Realmente el Estado puede proveer igualdad?
 
   Las decisiones del Parlamento determinan lo satisfactoriamente permitido y lo reciamente prohibido en una sociedad de ‘iguales ante la ley’. Ese es el precio de aceptar vivir bajo un Estado de Derecho, donde cada persona debe acatar lo encomendado por la ley, respeta las normas jurídicas y sociales, y promoverlas para que otras las cumplan. La libertad, por consiguiente, se convierte en un vago reflejo de lo prohibido. Se presenta anulada por el Estado en complicidad con la sociedad.
   Paralelamente, aquí se presenta la contradicción de quienes auguran revolucionar ‘desde adentro’, ya que terminan aprehendiendo los valores elitistas de las clases dominantes y aceptando las condiciones que impone la democracia burguesa, ya sean en cuestión de elecciones o en mafias del poder. La consecuencia de confrontar con las clases dominantes en su territorio de condicionamiento legal es una innegable traición a los ideales de cambio que sufrirá cualquier progresista. Su última herramienta de lucha, intransigente a esta altura, pasará a ser el discurso.





   No deberíamos caer en la tentación de devengar nuestra libertad a la legalidad actual o a las promesas de reforma de la legalidad que a menudo nos invaden desde partidos políticos ajenos al gobierno actual. El primer paso para construir un verdadero sistema social alternativo es no acatar lo convenido por el poder político y mucho menos su Cultura de la Legalidad, sino plantear nuevos modelos de convivencia social donde se destaque la posibilidad de aceptación o no (futura revisión y transformación) de lo acordado para luego ponerlos en práctica. Así se evadiría la búsqueda de la normalización de los seres humanos (completamente distintos) y la existencia de un Estado, con su brazo represor necesario para hacer cumplir su legalidad.

   ¿Cómo un minúsculo porcentaje de la población total de un país puede aprobar las leyes que deberán respetar, sean para bien o sean para mal, todos los habitantes? Cada pueblo, ciudad, provincia o región es distinta. Siendo más específico, cada grupo de individuos posee necesidades, deseos, oficios, intereses distintos. Lo más próximo a una democracia directa, aun dentro del actual sistema socioeconómico, constaría de referéndums para leyes que incumban a provincias o países, y una permanente celebración de asambleas ordinarias con libre participación de las personas para cada barrio, pueblo, sección vecinal o ciudad.


Nos quitaron la justicia y nos dejaron la ley