¿Cuántas veces nos hemos molestado por la rápida caducidad
de los aparatos tecnológicos que utilizamos? También son numerosas y muy
reiteradas las ocasiones en que nuestros abuelos o padres nos relatan la gran
durabilidad que tenían los mismos productos que hoy se deshacen rápidamente,
hace varias décadas atrás.
No es casualidad ni mala suerte que un celular, una
televisión o un mueble tengan vidas útiles limitadas, y/o sufran fallas, tras
un reducido período de uso desde su compra. Tampoco es una novedad, dentro del
sistema de producción en masa que desarrollan las fábricas en este, el sistema
capitalista.La “obsolescencia programada”, término empleado por primera vez en una conferencia de publicidad que el diseñador industrial estadounidense Brooks Stevens dio en Minneapolis en 1954, es un mecanismo estratégico, que emplean las empresas sobre los bienes de uso que luego ofertarán en el mercado comercial, para generar un mayor flujo de ganancias sin necesidad de invertir en aumento de personal o en innovaciones tecnológicas. El mismo implica la determinación del fin del funcionamiento normal del producto, presentando éste, fallas parciales o totales tras un tiempo determinado de uso. Como consecuencia, el usuario debe acceder a la compra de las piezas que sufrieron desperfectos para el eventual arreglo del bien o, en casos más comunes, a la compra de otro nuevo.
El círculo vicioso del "Comprar, tirar" |
Este mecanismo al servicio de los explotadores dueños de fábricas, no sugiere una innovación en el mundo de los negocios. En la década de 1920, las empresas comenzaron a limitar la duración de las lámparas de luz. En 1911, según los anuncios publicitarios, las mejores podían llegar a durar 2500 horas; pero para 1924, las empresas pactaron un acuerdo para que no durasen más que 1000 horas. “Phoebus” fue un cártel mundial muy conocido, donde se nucleaban los productores de lámparas de luz, que indistintamente de la marca, no duraban más de 1000 horas.
Luego de unos años, el cártel fue denunciado por lo que, supuestamente, dejó de funcionar. Sin embargo, está claro que en la práctica, el mecanismo de la “obsolescencia programada” jamás expiró. Al contrario, se expandió a más productos. La industria automotriz, el rubro de la indumentaria y, actualmente, la tecnología y los fabricantes de electrodomésticos recurren a la práctica de esta tendencia productiva.
La empresa propagandística nos induce al permanente "comprar y tirar". |
Uno de los motivos por el cual el sistema de “compra, uso y
descarte” se reproduce sin ningún tipo de cuestionamiento desde un amplio
sector consumista, es el de la “moda”. Posiblemente el aparato tecnológico siga
funcionando correctamente, la prenda de vestir no esté rota, o el mueble se
encuentre en perfectas condiciones, pero uno nuevo, más innovado, con un color
más llamativo o con nuevas funcionalidades esté a la venta. El aparato
propagandístico del sistema capitalista es muy eficaz, por lo que fácilmente
accedemos a la compra innecesaria de bienes.
Basura electrónica
El consumismo que se produce en la población demandante de
los bienes y servicios del mercado comercial, y las ganancias percibidas por
los empresarios gracias al curro de esta manera deshonesta de producir, no son
las únicas consecuencias directas.
El hecho de que todos los electrodomésticos y otros aparatos
tecnológicos sufran desperfectos y sean reemplazados por nuevos constantemente,
conlleva a un aumento lógico, de las cantidades de basura electrónica.
Más 7.000.000.000 de personas habitamos el mundo, hoy en día;
y son 210.000 los nacimientos diarios, por lo que el crecimiento poblacional es
positivo. Se promedia en un 1 Kg por día, los desechos que generamos. Ello
implica que aproximadamente 7.000.000.000 Kg de basura son producidos por día. Al
mismo tiempo, se producen 21.000.000.000 kg de basura electrónica (en promedio,
3 kg por persona) al año.
Miles de toneladas de basura electrónica terminan en focos
de contaminación a cielo abierto, en las profundidades de mares, lagos u océanos,
o son “donados” a países subdesarrollados, principalmente en las zonas de costa
africana y Asia meridional. Esta basura tecnológica es altamente tóxica.
Contiene altos niveles de plomo, cobre, platino, sustancias químicas y demás
materiales pesados que perduran cientos de años, ya que no son biodegradables.
La basura electrónica se multiplicó en las últimas décadas, producto de la "Revolución tecnológica". |
Producto de los reclamos populares, el activismo, la junta de millones
de firmas en petitorios contra la obsolescencia programada por parte de
organizaciones no gubernamentales, y demás medidas de protesta social, en
algunos países de la Unión Europea se comenzó a legislar contra esta estafa
empresarial. En Francia, por ejemplo, recientemente se aprobó una ley que
castiga con multas de hasta 300.000 euros a las empresas (y con dos años de
cárcel a sus dueños), que practiquen esta técnica de producción. Por su parte,
en 2012 las autoridades de la Unión Europea habían aprobado una directiva que obligaba
al resto de los países a adoptar su normativa para acabar con esta práctica.
No obstante, ¿Sólo se necesita legislación desde las cúpulas
políticas, para frenar la desidia, avaricia y egoísmo de los empresarios
capitalistas? Si bien el problema comienza con la obsolescencia programada, hay
uno más grave, que es la producción inédita de millones de toneladas de basura
electrónica tóxica. ¿Qué hacer con ella?
No hay mejor solución a los problemas, por más complejos que
estos se presenten, que la prevención. Mientras los medios de producción y comunicación estén dominados por los empresarios más poderosos, nosotros seguiremos dependiendo de sus decisiones.