El día 20 de noviembre, pero del año 1936, fue asesinado Buenaventura Durruti. A modo de homenaje, en el presente artículo se traduce la carta titulada “Durruti
is dead, yet living” que fue escrita por Emma Goldman en 1936.
"Durruti ha muerto, pero está vivo todavía" -Por Emma Goldman-
Durruti, con quien estuve hace nada más que un mes, perdió
su vida en los combates de las calles de Madrid.
Conocía a este rebelde del movimiento revolucionario y
anarquista español solamente por mis lecturas sobre él. Desde mi llegada a
Barcelona pude conocer muchas historias tan fascinantes sobre Durruti y su
columna que me animaron a ir al frente de Aragón donde era el espíritu que
guiaba a las bravas y valientes milicias que luchaban allí contra el fascismo.
Llegué al cuartel general de Durruti al atardecer,
absolutamente agotada por el largo trayecto por una carretera accidentada. Unos
minutos con Durruti fueron como una poderosa
bebida estimulante, refrescante y tonificante. Con un cuerpo poderoso
que parecía esculpido en las rocas de Montserrat, Durruti encarnaba sin
dificultad a la personalidad más brillante entre los anarquistas con la que me
había encontrado desde mi llegada a España. Su potente energía me electrificó
como parecía afectar a todo aquel que permaneciese dentro de su radio.
Encontré a Durruti en una auténtica colmena de actividad.
Los hombres iban y venían, el teléfono sonaba para él constantemente. Y si no
fuese bastante, el ensordecedor martilleo de los trabajadores que estaban
construyendo un cobertizo de madera para el equipo de Durruti. A pesar de todo
el barullo y las continuas llamadas para Durruti permanecía sereno y paciente.
Me recibió como si me conociese de toda la vida. La cortesía y calidez de un
hombre comprometido a vida o muerte en la lucha contra el fascismo fue algo que
no esperaba.
Había oído muchas cosas acerca de la maestría de Durruti
para gobernar la columna que llevaba su nombre. Tenía curiosidad por saber
mediante qué otros medios además de los militares consiguió unir a 10.000
voluntarios sin tener ninguna formación militar previa o experiencia de ninguna
clase. Durruti pareció sorprendido de que yo, una veterana anarquista, me
atreviese a hacer semejante pregunta.
“He sido un anarquista
toda mi vida –replicó–, y espero seguir siéndolo. Me parecería realmente muy
triste que tuviese que convertirme en un general y gobernar a los hombres con
la disciplina castrense. Han venido a mí voluntariamente, están preparados para
entregar sus vidas a la lucha antifascista. Creo, como siempre he creído, en la
libertad. La libertad que descansa en el sentido de responsabilidad. Creo que
la disciplina es indispensable pero tiene que ser una disciplina interior
motivada por un propósito común y un fuerte sentimiento de camaradería”.
Se ganó la confianza y el afecto de los hombres porque nunca
actuó como un superior. Era uno de ellos. Comía y dormía tan austeramente como
ellos. A menudo incluso se privaba de hacerlo.
Llegué en la víspera de un ataque que Durruti había
preparado para la mañana siguiente. Al despuntar el día Durruti, con su rifle
al hombro como el resto de la milicia, iba en cabeza. Junto a ella hizo
retroceder al enemigo cuatro kilómetros e incluso consiguió hacerse con una
importante cantidad de armas que el enemigo había dejado atrás durante la
retirada.
El ejemplo moral de su sencillo igualitarismo no era, ni
mucho menos, la única explicación de la influencia de Durruti. Había otra, su
capacidad para hacer que los milicianos comprendieran el sentido profundo de la guerra antifascista –el
sentido que había dominado toda su vida y que había aprendido a orientar hacia
los pobres y de los más pobres de entre los pobres–.
Durruti me habló de su preocupación por los difíciles
problemas que atravesaban los hombres cuando salían de permiso precisamente en
los momentos en los que más falta hacían en el frente. Los hombres,
evidentemente, conocían bien a su líder, conocían su determinación, su voluntad
de hierro. Pero también conocían la comprensión y compasión escondidas tras una
austera vida exterior. ¿Cómo podía soportarlo cuando los hombres regresaban de
haber estado de permiso en casa con su familia, sus mujeres, sus hijos?
Un Durruti acosado antes de los gloriosos días de julio de
1936, como una fiera de país en país. Encarcelado durante largos períodos como
un criminal. Incluso condenado a muerte. Él, el odiado anarquista, odiado por
la siniestra trinidad: la burguesía, el estado y la iglesia. Un vagabundo sin
techo y sin sentimientos como el genio maléfico del capitalismo proclamaba. Qué
poco conocían a Durruti. Qué poco comprendían su auténtica sabiduría. Nunca fue
indiferente a las necesidades de sus camaradas. Ahora, sin embargo, estaba
comprometido en una batalla desesperada contra el fascismo en defensa de la
revolución, y se necesitaba a cada hombre en su puesto, una situación muy
difícil de abordar. Pero el ingenio de Durruti venció todas las dificultades.
Escuchó pacientemente muchas historias sobre personas desafortunadas y,
después, se dedicó a divulgar la causa de las enfermedades de los pobres.
Sobrecarga de trabajo, malnutrición, falta de aire limpio, falta de alegría de
vivir.
“Camarada, ¿puedes
comprender que la guerra que tú y yo libramos es para garantizar la revolución
y que la revolución quiere acabar con la miseria y el sufrimiento de los
pobres? Tenemos que derrotar a nuestro enemigo fascista. Debemos ganar la
guerra. Eres una parte esencial en ello. ¿Lo ves, camarada?”
A veces algún hombre se obcecaba e insistía en dejar el frente.
“Bien, le decía Durruti, pero te irás a
pie y para cuando llegues a tu pueblo todo el mundo sabrá que tu coraje te ha
abandonado, que has huido y que has eludido la tarea que tú solo te impusiste”.
Funcionaba de maravilla. El hombre suplicaba que le dejaran volver. No había
intimidación, coerción o castigos disciplinarios para mantener en el frente a
la columna Durruti. Era solo la volcánica energía del hombre la que empujaba
adelante a cada uno y les hacía sentir a todos como uno solo.
Un gran hombre este anarquista Durruti, un líder nato y
maestro de hombres, un camarada cabal y afectuoso, todo en una sola persona. Y
ahora Durruti está muerto. Su gran corazón no latirá nunca más. Su poderoso
cuerpo caído como un árbol gigante.
Todavía no. Durruti no ha muerto todavía. Los cientos de miles de
personas que asistieron a rendir su último homenaje a Durruti el domingo 22 de
noviembre de 1936 lo testifica.
No, Durruti no ha muerto. El fuego de su espíritu está vivo
en todo aquel que lo conoció y lo quiso, nunca podrá ser extinguido. Las masas
ya han vuelto a levantar bien alta la antorcha que cayó de las manos de
Durruti. Con espíritu triunfante la llevan ante ellos en el mismo camino que
Durruti había abanderado durante años. El camino que lleva a la más alta cima
de los ideales de Durruti. Este ideal fue el anarquismo −la gran pasión en la
vida de Durruti−. Se entregó a él completamente. Le fue fiel hasta su último
aliento.
Una prueba de la gentileza de Durruti es su preocupación por
mi seguridad. No había un lugar donde hospedarme por la noche en el cuartel
general. La localidad más próxima era Pina. Pero había sido repetidamente
bombardeada por los fascistas. Durruti fue muy reacio a enviarme allí. Yo
insistí en que estaba bien. Solo se muere una vez. [1] Pude notar el orgullo en su semblante de que su vieja camarada
no tuviese miedo. Y me dejó marchar bajo una doble guardia.
Le agradezco que me diera la excepcional oportunidad de
conocer a muchos de sus compañeros de armas y también la de hablar con la gente
del pueblo. El espíritu de esas más que probadas víctimas del fascismo fue muy
impresionante.
El enemigo estaba a tan solo una corta distancia de Pina, al
otro lado de un arroyo. Pero no hubo miedo ni flojera entre la gente. Lucharon
heroicamente. “Antes muerto que bajo el
fascismo”, me dijeron. “Hasta el
último de nosotros caminará y caerá con Durruti en la lucha antifascista”.
En Pina encontré a una niña de ocho años, una huérfana que
había sido uncida al yugo de durísimas tareas en una familia fascista. Sus
manitas estaban rojas e hinchadas. Sus ojos llenos de horror desde el shock
espantoso que tuvo que vivir a manos de los secuaces de Franco. La gente de
Pina era pobre de solemnidad. Sin embargo, todo el mundo dio a esta niña
maltratada cariño y cuidados como no había conocido antes.
La prensa europea compitió, desde el comienzo de la
contienda antifascista, para calumniar y vilipendiar a los defensores de la
libertad españoles. No ha habido día, durante los últimos cuatro meses, en el
que esos sátrapas del fascismo europeo no escribiesen las crónicas más
sensacionalistas sobre las atrocidades cometidas por las fuerzas
revolucionarias. Cada día, los lectores de esa prensa amarilla eran alimentados
con los imaginados disturbios y desórdenes en Barcelona y otras ciudades y
pueblos liberados de la invasión fascista.
Después de haber viajado por Cataluña, Aragón y el Levante y
haber visitado cada pueblo y cada ciudad del camino, puedo testificar que no
hay ni una sola palabra verdadera en ninguna de esas terroríficas crónicas que
he leído en algunos periódicos ingleses y europeos.
Un ejemplo reciente de la total deshonestidad de la creación de noticias falsas fue orquestado
por algunos de los periódicos que cubrieron la muerte del heroico líder anarquista
en la lucha antifascista, Buenaventura Durruti.
De acuerdo con sus crónicas totalmente absurdas, la muerte
de Durruti supuestamente ha provocado en
Barcelona violentos altercados y sediciones entre los camaradas del héroe
revolucionario Durruti.
Quien quiera que haya sido quien escribió esta ridícula
invención no puede haber estado en Barcelona.
Y mucho menos sabrá nada sobre el
lugar que ocupa Buenaventura Durruti en los corazones de los miembros de la CNT
y la FAI. Y lo que es más, en los corazones y los sentimientos de mucha gente a
pesar de que puedan tener divergencias con los ideales políticos y sociales de
Durruti.
En honor a la verdad, nunca hubo una unidad tan completa en
toda la jerarquía del frente popular de Cataluña como la habida desde el primer
momento en que se hizo pública la noticia de la muerte de Durruti hasta el último, cuando se le dio sepultura.
Todos los partidos de todas las tendencias políticas que
luchaban contra el fascismo asistieron al completo a rendir un sentido homenaje
a Buenaventura Durruti. No solo los compañeros cercanos de Durruti, contados
por cientos de miles entre todos los aliados de la lucha antifascista, sino
también la mayor parte de la población de Barcelona, manifestada en una
constante riada humana. Todos llegaron para participar en el largo y agotador
cortejo fúnebre. Nunca antes Barcelona había sido testigo de una marea humana
cuyo silencioso dolor se alzaba y caía al unísono.
Igual que los camaradas de Durruti, camaradas estrechamente
unidos por sus ideales y camaradas igual de unidos por la valerosa columna que
organizó. Su admiración, su afecto, su devoción y respeto no dejaba sitio para
la discordia ni los altercados. Eran uno solo en su dolor y en su determinación
de continuar la batalla contra el fascismo y para el éxito de la revolución
para la cual Durruti había vivido, luchado y apostado todo hasta su último
aliento.
¡No, Durruti no ha muerto! Está más vivo que mientras vivió.
Su glorioso ejemplo será emulado por todos los trabajadores y campesinos, por
todos los oprimidos y desheredados. El recuerdo del valor y la bravura de
Durruti les alentará en las grandes hazañas hasta que el fascismo sea
aniquilado. Entonces comenzará el verdadero trabajo, el trabajo de crear una
nueva estructura social con valores humanos, justicia y libertad.
¡No y no! ¡Durruti no ha muerto! Vive en nosotros para
siempre.
Emma Goldman (1936)
[1] La frase completa es pronunciada por Julio
Cesar que retrató Shakespeare y dice: “A
coward dies a thousand deaths, but the valiant taste death but once”. Se
puede traducir como: “Un cobarde muere un
centenar de muertes, pero el valiente saborea la muerte solo una vez”.