Tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial y hasta
fines de la década de 1980, el mundo quedó dividido en dos sistemas
socioeconómicos de organización y producción de las regiones. Son los casos del capitalismo
neoliberal, liderado por los Estados Unidos, y el comunismo nacionalista nacido
en la Unión Soviética y expandido a los países “satélites” de éste. Dicha época
es conocida como la del “mundo bipolar”. Los países que en este lapso no se alinearon bajo ninguno de estos modelos, se agrupaban en los llamados "países del Tercer mundo", como fue el caso de Argentina.
La disolución de la URSS en 1991, terminó por hegemonizar el
dominio de Estados Unidos (y con ello, de su sistema capitalista neoliberal)
sobre el resto de los países. Su sistema económico, desde hacía décadas se
sostenía gracias a las acciones que poseían las empresas financieras,
petroleras, automotrices, de alimentación, entre otras, que crecieron producto
de la libertad de acción, compra y venta que los gobiernos les habían proveído.
Los ciudadanos estadounidenses, desde la Segunda Guerra
Mundial, se establecieron como consumidores seriales de los productos ofertados por
aquellas empresas, produciendo un gran movimiento consumista interno, y así,
ganancias en alza para los empresarios y accionistas. Sin embargo, el costo de
exportar los productos al exterior y el pago de abultados aranceles que los
países importadores aplicaban sobre estas empresas, las incentivó a que
comiencen a practicar una producción globalizada. Concordando también con el
período de la globalización cultural, política y tecnológica por la que
transcurría el planeta.
Empresas como McDonald`s, Nike, Microsoft, IBM o Exxon
comenzaron a situar filiales por diversos países a lo largo del globo, aunque
sus casas matrices quedaron radicadas en Estados Unidos. Poblaciones pobres de
India, Taiwán, China o Tailandia concedieron (y siguen concediendo actualmente) la mano de obra barata que necesitaban
las nuevas multinacionales para generar mayores utilidades por menores gastos
de producción. Esto no significaba que la mano de obra explotada del resto de los países era inexistente ni sufría las mismas condiciones infrahumanas de trabajo, sino que aquí se registraba (y registra) la mayor cantidad de empleados de aquellas.
Bajo un método de extracción de riqueza de las naciones
subdesarrolladas (las ganancias generadas por las filiales iban a la casa
central, en Estados Unidos generalmente), en pocos años las empresas multinacionales
más reconocidas almacenaron miles de millones de dólares, permitiéndose comprar
pequeñas empresas que servían de "competencia" en los países donde se
desarrollaban, eliminando así el sistema de competencia perfecta por el que
profesaba el padre del liberalismo clásico Adam Smith, y poseyendo muchas veces más poder
que los propios estados nacionales.
Actualidad
Hoy en día existen muchas empresas multinacionales. De todas ellas, las 200 más importantes concentran la cuarta parte
(26,3%) de la producción económica mundial. Entre las empresas multinacionales
más poderosas aparecen: las alimenticias Nestlé, Coca Cola, PepsiCo y Mondelez; la cosmética Unilever (que también cuenta con la alimenticia Knorr);
las automotrices General Motors, Ford, Chrysler y Toyota, entre otras; las petrolíferas Chevron, Exxon y
Shell; la tabacalera Philip Morris; y las redes de supermercados Wal-Mart y
Carrefour. También Microsoft, BBVA Banco Francés y Telefónica componen el grupo.
Las sedes centrales de estas 200 empresas se encuentran distribuidas en
tan sólo 17 países. Lógicamente, la mayor parte en Estados Unidos (74), aunque
también se destacan Japón, Reino Unido, Francia, Alemania, Canadá e Italia. Estos
primeros siete países (el G-7) aglutinan al 80% de las multinacionales. Por ello no es casualidad que traten de países desarrollados y con economías fuertes. Fuera
del grupo hegemónico países como Suiza, Corea del Sur, Suecia, Australia y Países
Bajos cuentan con las casas matrices multinacionales.
El crecimiento económico de estas empresas registra un aumento constante desde su apertura a la globalización productiva a fines del Siglo XX. Sin embargo, por las crisis económicas y la mala administración empresarial, suelen tener balances negativos. El caso más famoso fue la pérdida multimillonaria que tuvo IBM en 1992, motivo por el cual estuvo al borde de la bancarrota.
Las multinacionales actualmente se ubican en cualquier ciudad y pueblo del mundo. |
Situación en Latinoamérica
En Latinoamérica, las políticas influenciadas y condicionadas por los
dictamines del Consenso de Washington en 1994, que los gobiernos llevaron al
cabo durante la década de 1990 condenaron a sus poblaciones explotadas a años
de padecimiento por la flexibilización laboral, los contratos basura, los bajos
salarios, la desprotección ante los despidos o suspensiones, entre otras
ventajas fiscales que ameritaban los empresarios.
El lado beneficioso usado como pretexto por los gobiernos
para construir aquellas ventajas fiscales y así atraer a estas multinacionales,
se basaba en la inyección necesaria de capitales (inversiones), y en la
creación de empleo (sin precisar las condiciones de estos), que podían producir estas empresas.
A costa de ello, durante la década de 1990, las multinacionales destruyeron las industrias nacionales de los países latinoamericanos, y junto a la apertura de importaciones, constituyeron una nueva realidad laboral para los trabajadores de la región. Éstos perdieron la "cultura del trabajo" labrada durante décadas, quedando a la deriva de la voluntad del empresariado extranjero. Al mismo tiempo, los gobiernos aprobaron medidas que satisfacían los intereses empresariales en desmedro de los de la población.
El Progresismo del Siglo XXI no revirtió mucho la realidad traída
de la década nefasta. Argentina, Brasil, Venezuela o Ecuador experimentaron una
mayor redistribución de sus ingresos, mejorando notablemente las economías familiares
y los salarios de sus trabajadores, pero la presencia de las multinacionales y
sus formas de empleo aún se mantienen, como hace 20 años, desprestigiando las
condiciones y anulando las pocas posibilidades de progreso de los explotados.
Es contradictorio pretender, y aún más, creer ser soberano
de un territorio, cuando la economía nacional depende de empresas multinacionales
buitres, que se establecen en países en crisis, explotan a jóvenes y adultos,
por miserables remuneraciones. Para que esto no vuelva a suceder y ser
verdaderamente soberanos, los gobiernos no deberían alentar su llegada,
en caso contrario expropiar las filiales, y generar empleos formales que cubran la totalidad de la
población económicamente activa.
De no ser así, como suele pasar, la responsabilidad de
luchar por un futuro mejor pasará a manos del pueblo. La clase explotada,
curtida del dominio de los empresarios y los gobiernos corruptos, deberá hacerse de los lugares de
trabajo, administrarlos porque son propios y distribuir las ganancias entre
quienes la generan.
Porque el lugar de trabajo es de quien trabaja, así como la
tierra es de quien la siembra y mantiene.
El primer paso a independizarse de las multinacionales, es la toma de conciencia sobre la situación de explotación en la que vive. |