A continuación se presentan
extractos de dos cartas enviadas al teórico anarquista Émile Armand (1872-1962),
desde las afueras de París en junio de 1924 y publicadas tiempo después en L’en
dehors, números 44 y 83. Una de ellas estaba firmada por “una compañera del Grupo ‘Atlantis’”. Con respecto a este
misterioso grupo, cuya denominación aparece entrecomillada en el famoso libro ‘La
camaradería amorosa’ (1934), Armand sólo dice: “Razones sobre las que no nos es dable extendernos hacen que esta
agrupación, cuya actividad es clandestina, esté obligada para subsistir a
mantener el más estricto incógnito”.
Extractos de cartas del Grupo Atlantis a Émile Armand.
París, 29 de Junio de 1924.
“Cierta estoy que has de
leer con interés la narración de una partida de campo organizada por nuestro
grupo ‘Atlantis’. Para ello nos habíamos inspirado en ciertas ideas de tu
gusto, al menos así lo creo. Ha sido una de nuestras salidas que mejor acierto
han tenido.
“Se había convenido que los
que en ella participaran se despojarían de sus ropas una vez llegados al lugar
de la cita. La ropa para nosotros es un símbolo de virtud, como ya tú sabes.
Así, como dice Fritz Oerter en Nacktheit und Anarchismus (‘Desnudez y
anarquismo’), “el hombre absoluto es el
hombre desnudo, sin vestido ni envoltorio, sin ‘aderezo’, para decir mejor, y
también sin prejuicios y exento de esmeros artificiales”. Fuera de eso, qué
consuelo pasearse, correr o quedar extendidos, desnudos, en pleno sol, los
cuerpos acariciados por la brisa estival, cinco leguas distantes de toda
civilización... Imagínate un cielo azul; el bosque, legua y media, extenso poco
más o menos, y alrededor del claro en que estábamos reunidos, la espesura, árboles
y más árboles. ¡Qué fascinación!
“Acordamos que ninguno de
los de la partida se sintiera privado de comida. Nuestro egoísmo individualista
no hubiera tolerado que en este día hubiera habido más o menos favorecidos con
relación al alimento. Hemos puesto así completamente en común cuanta comida y
bebida hemos llevado...
“Nos las arreglamos también
porque durante este hermoso día hubiera recreaciones para todos los
temperamentos, para todas las edades, para todas las actitudes. Tuvimos música,
canto y baile, y el eco de nuestros instrumentos y de nuestros cantos nos
acariciaba deliciosamente. Camaradas expertos en la materia habían organizado
juegos que requieren agilidad y vigor; otros, únicamente soltura de las
facultades cerebrales.
Allí había para todos los
gustos y cada cual encontró según su agrado. Algunos compañeros volvieron de
una pequeña excursión a un bosque vecino, trayéndonos toda clase de notas sobre
las avispas, los avisperos, su miel, etc., afirmando que ciertas de sus
observaciones eran inéditas. Yo soy poco competente en esta materia para emitir
una apreciación.
“También quisimos que
durante esta partida nadie que quisiera pudiera encontrarse sin afección. Y se
convino asimismo -en honor a la variedad- que, hasta el otro día por la mañana,
todos los participantes escogieran un compañero o compañera que no fuera el
habitual, una vez llegados al lugar de la reunión. Aquellos que no pudieran
elegir, se echarían a suertes. Naturalmente, se tomó de antemano la precaución
de que hubiera un número igual de compañeras que de compañeros, pudiendo así
formar los grupos de afinidad que se quería. Pues bien: de treinta y nueve
parejas de todas las edades, veintidós echaron a suertes, queriendo mostrar con
ello, creo yo, que lo que les importaba era la realización de la idea de que
ninguno de los participantes se encontrase en este día privado de afección.
“En cuanto a los niños, se
pensó igualmente con anterioridad que quedarían en compañía de quien les
agradase; escogerían los juegos que más les gustasen, y se recrearían a su
manera, sin tener que temer las advertencias de “no sean malos” o “esténse
quietos”. Ni siquiera uno faltaba a la vuelta del otro día por la mañana.
“Estamos completamente de
acuerdo contigo de que la extensión y la abundancia de la camaradería amorosa
es un factor de compañerismo más efectivo, más productivo, más general. A pesar
de las numerosas dificultades a las que hemos debido hacer cara a lo largo de
estos últimos años, tenemos diariamente la prueba de que esto es verdad.
“Desde hace dos años hemos
añadido al cambio de los compañeros y compañeras el de los niños, porque
creemos que, al vivir juntos bajo un mismo techo, sin cambiar de aire (en lo
moral y sexual), las facultades de iniciativa, de observación, de diferenciación
de los temperamentos individuales se atrofian, se enmohecen, se embotan. Hay
ventaja en el cambio de medio familiar para los chicos y los camaradas; se ve
mejor nuestro yo, se cesa de reflejar e imitar servilmente a aquellos con
quienes se vive.
“He aquí cómo procedemos.
Entre camaradas seguros unos de otros, se da a conocer que determinada
compañera, compañero o chico desearían cambiar de conjunto por un mes, dos,
tres meses, a veces más. Los cambios se establecen. Ana va a casa de Pedro con
sus hijos haciéndose compañera de él por un cierto tiempo, en tanto que Jacinta
se va a casa de Pablo, compañero habitual de Ana, con sus hijos igualmente,
siendo su compañera durante todo el tiempo en que Ana permanece en casa de
Pedro. Los chicos de Simón van por seis meses a casa de Manuel y los chicos de
éste, a cambio, van seis meses a casa de Simón... Últimamente una compañera,
Lucía, ha pasado todo el verano en casa de uno de nuestros buenos amigos, a
unos setecientos kilómetros de aquí. Jamás se habían visto y para que ella
fuera reemplazada, las dos hermanas de él vinieron a cohabitar con el camarada
de quien L... se separaba durante una temporada. Tanto unos como otros se
dijeron “encantados”, y esto es lo principal. Estoy segura que, generalizando
este método, llegaríamos a una camaradería práctica enteramente diferente de la
forma de enlace caprichosa o exclusiva que en Occidente se decora con el nombre
de “camaradería”.
“¡Y qué alegría cuando nos
viene la noticia de la llegada de una amiga o amigo en tránsito! Un mes, o
quince días antes, cada uno o cada una se regocija pensando en el nuevo amante
que va a caerle en suerte por un día, por algunos días quizá, pues la
hospitalidad que ofrecemos no se limita a comer, beber o dormir. Nosotros
practicamos vis a vis unos de otros una camaradería que nada tiene en común con
esa camaradería escogida, mezquina, exclusiva, caprichosa, que es la
camaradería occidental. Nuestra camaradería ignora los límites, como también
ignora las conveniencias y el pudor. Cuando el amigo o la amiga llega ¡con qué
impaciencia nos inquirimos de las cosas y objetos diferentes que puedan faltar
al medio o familia de donde él o ella proviene! Siempre hay entre nosotros un
producto del que tenemos de sobra para canjear por otro que nos falta o del que
no tenemos bastante, pero que ese grupo o familia posee en abundancia. Y si no
hay medio de trocar, enviamos no obstante el producto que a ellos les falta y
que nosotros tenemos en demasía. Nos satisface solamente el placer, la alegría
que causamos a estos camaradas lejanos... ¿Acaso no actúan ellos de la misma
forma con nosotros cuando se presenta la ocasión?”