Por Lucy
Parsons.
Estados Unidos, 1890.
Estados Unidos, 1890.
Compañeros y Amigos:
Creo que no puedo abrir
mi ponencia más apropiadamente que señalando mi experiencia en mi larga
conexión con el movimiento de reformas.
Fue durante
la gran huelga ferroviaria de 1877 que por vez primera me interesé en lo
que se conoce como la “Cuestión del Trabajo.” Más tarde pensé, como muchos
miles de personas sinceras y empeñosas lo piensan, que el poder acumulado que
opera en la sociedad humana, conocido como gobierno, podía ser un instrumento
en las manos de los oprimidos para aliviar sus sufrimientos. Pero un estudio
más cuidadoso del origen, la historia y la tendencia de los gobiernos, me
convenció de que esto era un error; llegué a comprender cómo los gobiernos
organizados usan su poder concentrado para retardar el progreso a través de sus
medios, siempre a mano, de silenciamiento de la voz de descontento que se eleva
en protesta vigorosa contra las maquinaciones de los pocos conspiradores, los
que siempre han, siempre habrán y siempre deben dominar en los concejos de las
naciones, donde la regla de la mayoría es reconocida como el único medio para
ajustar los asuntos del pueblo. Llegué a comprender que tal poder concentrado
puede siempre ser detentado por el interés de los pocos y a expensas de los
muchos. El gobierno, en su último análisis, es este poder reducido a una
ciencia. El gobierno nunca conduce; sino que sigue al progreso. Cuando la
prisión, la hoguera y el cadalso ya no pueden silenciar la voz de la protesta,
el progreso avanza un paso, pero no sino hasta entonces.
Señalaré esta contienda
de otro modo: aprendí mediante cuidadoso estudio que no hace diferencia alguna
las promesas que, por poder, hace al pueblo un partido político para asegurar
su confianza. Una vez asegurado y establecido en el control de los asuntos de
la sociedad que perseguían, son, después de todo, humanos con todos los
atributos humanos del político. Entre éstos están: Primero, permanecer en el
poder ante todo; de no ser individualmente, lo harán entonces aquellos que
sostienen esencialmente las mismas opiniones, pues la administración debe
mantenerse bajo control. Segundo, para seguir en el poder, es necesario
construir una poderosa máquina, lo suficientemente fuerte como para demoler
toda oposición y silenciar todo vigoroso murmullo de descontento, o la máquina
partidaria podría ser demolida y el partido por ende perder el control.
Cuando llegué a
comprender estas faltas, fallas, desventajas, aspiraciones y ambiciones de
hombres falibles, concluí que no sería la más segura ni la mejor política para
la sociedad como un todo, confiar el manejo de todos sus asuntos, con sus
múltiples desviaciones y ramificaciones, en las manos de hombres limitados, y
que fuesen manejados por el partido que ocurre que llegó al poder y que por lo
tanto fue el partido mayoritario. Y tampoco hizo entonces, ni hace ahora
siquiera una partícula de diferencia para mí qué pueda prometer, por poder, un
partido; ello no apacigua mis temores frente a lo que un partido, cuando está
arraigado y sentado con seguridad en el poder, puede hacer por demoler a la
oposición, y por silenciar la voz de la minoría y por ende retardar el paso
siguiente hacia el progreso.
Mi mente se paraliza
ante el pensamiento de que un partido político tenga el control de todos los
detalles que componen la suma total de nuestras vidas. Piensen en ello por un
instante: que el partido en el poder tenga toda autoridad de dictar el tipo de
libros que ha de usarse en las escuelas y universidades; que funcionarios de
gobierno editen, impriman, y hagan circular nuestra literatura, nuestra
historia, las revistas y la prensa; y qué decir de las mil y una actividades de
la vida en las que un pueblo se embarca en una sociedad civilizada.
A mi mente, la lucha
por la libertad es demasiado grande y los pocos pasos que hemos dado han sido
obtenidos con demasiado sacrificio para que la gran masa del pueblo de este
siglo veinte consienta en darle a cualquier partido político el manejo de
nuestros asuntos sociales e industriales. Todos aquellos que estén de algún
modo familiarizados con la historia saben que los hombres abusarán del poder
cuando lo posean. Por estas y otras razones, yo, tras cuidadoso estudio, y no
por sentimentalismo, pasé desde ser una sincera, empeñosa, socialista política
a la fase no-política del socialismo, el anarquismo, puesto que en su filosofía
creo que puedo hallar las condiciones apropiadas para el máximo desarrollo de
las unidades individuales en la sociedad; lo que nunca podrá ser bajo
restricciones gubernamentales.
La filosofía del
anarquismo está incluida en la palabra “Libertad”; sin embargo es lo
suficientemente comprehensiva como para incluir todo lo demás que sea
conducente al progreso. Ninguna barrera al progreso humano, al pensamiento, la
investigación, es puesta por el anarquismo; nada es considerado tan verdadero o
tan cierto, como para que futuros descubrimientos no puedan probarlo falso; por
ello, tiene solo una consigna infalible e inalterable, “Libertad.” Libertad de
descubrir toda verdad, libertad de desarrollarse, de vivir naturalmente y
plenamente. Otras escuelas de pensamiento se componen de ideas cristalizadas —
principios que se atrapan y se ensartan entre las planchas de largas plataformas,
y se consideran demasiado sagradas para ser perturbadas por una investigación
cuidadosa. En todos los demás “asuntos” siempre hay un límite; alguna línea
fronteriza imaginaria tras la cual la mente que busca no se atreve a penetrar,
por temor a que alguna preciada idea se desvanezca como un mito.
Pero el anarquismo es
la ciencia guía — el maestro de ceremonias de todas las formas de verdad; éste
quitaría toda barrera entre el ser humano y el desarrollo natural: de los
recursos naturales de la tierra, toda restricción artificial para que el cuerpo
pueda nutrirse, y de la verdad universal, toda barrera de prejuicio y
superstición, para que la mente pueda desarrollarse simétricamente.
Los anarquistas saben
que un largo período de educación debe preceder a todo gran cambio fundamental
en la sociedad, por ello no creen en mendigar votos, ni en campañas políticas,
pero sí en el desarrollo de individuos con pensamiento autónomo.
Buscamos alivio lejos
de los gobiernos, porque sabemos que la fuerza (legalizada) invade a la
libertad personal del hombre, se aprovecha de los elementos naturales e
interviene entre el hombre y las leyes naturales. Desde este ejercicio de
fuerza de los gobiernos fluye casi toda la miseria, la pobreza, el crimen, y la
confusión existente en la sociedad.
Entonces, percibimos,
que hay barreras reales, materiales, que bloquean el camino. Éstas deben ser
removidas. Si se pudiese, quisiéramos que se desvanecieran, o que se hicieran
nada mediante votos u oraciones, y estaríamos contentos con esperar y votar y
orar. Pero estas barreras son como grandes rocas amenazantes erigidas entre
nosotros y la tierra de la libertad, mientras los oscuros abismos de un reñido
pasado se abren tras nuestro. Derruidas han de estar por su propio peso y el
desgaste del tiempo, pero pararnos bajo ellas tranquilamente hasta que caigan
será enterrarse en el desplome. Hay algo que hacer en un caso como este — las
rocas deben ser removidas. La pasividad, mientras la esclavitud nos hurta, es
un crimen. Por el momento debemos olvidar que somos anarquistas — cuando la
obra se logre podremos olvidar que somos revolucionarios. Por eso la mayoría de
los anarquistas cree que el cambio que viene puede solo resultar de una
revolución, porque la clase poseedora no cederá a que un cambio pacífico
ocurra; aún así estamos dispuestos a trabajar por la paz a todo precio, excepto
por el precio de la libertad.
¿Y qué hay del fulgor
del más allá, tan luminoso que quienes muelen los rostros de los pobres dicen
que es un sueño? No es ningún sueño, es lo real, desnudo de distorsiones
cerebrales materializadas en tronos y cadalsos, mitras y armas. Es la
naturaleza realizando leyes en su propio interior como en todas sus otras
asociaciones. Es un retorno a primeros principios; pues ¿no eran la tierra, el
agua, la luz, todo libre antes que los gobiernos tomaran molde y forma? En esta
condición libre olvidaremos pensar nuevamente en estas cosas como “propiedad.”
Es real, pues nosotros, como especie, crecemos hacia ello. La idea de menos
restricción y más libertad, y de una fiada confianza en que la naturaleza
equivale a su obra, penetra a todo el pensamiento moderno. Desde el año oscuro
— no hace mucho — en que se creía en general que el alma del hombre era
totalmente depravada y todo impulso humano era malo; en que todo acto, todo
pensamiento y toda emoción era controlada y restringida; en que a la
constitución humana enferma, se le sangraba, se le dosificaba, se le sofocaba y
se le mantenía tan lejos de los remedios naturales como fuera posible; en que
la mente era tomada y distorsionada antes de que tuviese el tiempo de
evolucionar hacia un pensamiento natural — de aquellos días hasta estos años de
progreso de esta idea, todo ha sido rápido y constante. Se está haciendo más y
más aparente que en toda forma somos “mejor
gobernados cuando somos menos gobernados.”
Aún insatisfecho
quizás, el investigador busca detalles, vías y medios, y por qué y de dónde.
¿Cuán mal estamos como seres humanos comiendo y durmiendo, trabajando y amando,
intercambiando y tratando, sin gobierno? Tan habituados nos hemos vuelto a la
“autoridad organizada” en todo departamento de la vida que de ordinario no
podemos concebir ni que los más comunes pasatiempos se lleven a cabo sin su
interferencia y “protección”.
Pero el anarquismo no
está obligado a delinear una completa organización de la sociedad libre.
Hacerlo bajo cualquier supuesto de autoridad sería poner otra barrera en el
camino de las generaciones venideras. El mejor pensamiento hoy podría volverse
un inútil antojo mañana, y cristalizarlo en un credo es volverlo inmodificable.
Juzgamos desde la
experiencia que el hombre se un animal gregario, y que se afilia
instintivamente con sus amables co-operantes, se une en grupos, trabaja para
mejor beneficio en combinación con sus semejantes que solo. Esto apuntaría a la
formación de comunidades co-operativas, de las que nuestros sindicatos del
presente son patrones embrionarios. Cada rama de la industria tendrá sin duda
su propia organización, regulación, líderes, etc.; instituirá métodos de
comunicación directa con cada miembro de aquella rama industrial en el mundo, y
establecerá relaciones equitativas con todas las demás ramas.
Habría probablemente
congresos industriales a los que atenderían delegados, y donde gestionarían tal
asunto según fuese necesario, y al momento de levantar la sesión ya no serían
delegados, sino simples miembros de un grupo. Seguir siendo miembros
permanentes de un congreso continuo sería establecer un poder del que por
cierto tarde o temprano se abusaría.
Ningún gran poder
central, como un congreso consistente de personas que nada saben de las
gestiones, intereses, derechos o deberes de sus componentes, estaría por sobre
las diversas organizaciones o grupos; y tampoco se emplearían alguaciles,
policías, cortes o gendarmes para forzar las conclusiones a las que se llegó en
la sesión. Los miembros de los grupos podrían beneficiarse del conocimiento
obtenido mediante el intercambio mutuo de pensamiento ofrecido por los
congresos si así lo escogen, pero no estarán obligados a hacerlo mediante
ninguna fuerza externa.
Los derechos
adquiridos, los privilegios, las actas constitutivas, los títulos de propiedad,
mantenidos por toda la parafernalia del gobierno — el símbolo visible del poder
— como la prisión, el cadalso y los ejércitos no tendrán existencia. No puede
haber privilegios comprados o vendidos, ni mantener sagrada la transacción a
punta de bayoneta. Toda persona se parará sobre igual base con su hermano en el
correr de la vida, y ninguna cadena de sumisión económica ni ningún freno
metálico de superstición ha de incapacitar a uno para ventaja del otro.
La propiedad perderá
cierto atributo que la santifica ahora. La propiedad absoluta de aquel — “el derecho de usar y abusar”
— será abolida, y la posesión, el uso, será el único título. Se verá cuán
imposible sería que una persona fuese “dueña” de un millón de acres de tierra,
sin un título de propiedad respaldado por un gobierno dispuesto a proteger el
título contra todo peligro, incluso ante la pérdida de miles de vidas. No podrá
esa persona usar el millón de acres, y tampoco podría arrebatar de sus
profundidades los recursos posibles que contiene.
Las personas se han
habituado tanto a ver los indicios de autoridad en todo que la mayoría cree
honestamente que se tornarían completamente hacia el mal si no fuese por el
garrote del policía o la bayoneta del soldado. Pero el anarquista dice, “Quiten
estos indicios de fuerza bruta, y dejen que las personas sientan las
influencias revivificantes de la responsabilidad por sí mismo y el control de
sí mismo, y vean cómo responderemos a estas mejores influencias.”
La creencia en un lugar
literal de tormento se ha casi desvanecido, y en vez de los funestos resultados
pronosticados, tenemos un estándar más elevado y más verdadero de masculinidad
y feminidad. A las personas no les interesa ir hacia el mal cuando sienten que
tanto pueden hacerlo como no. Los individuos son inconscientes de sus propios
motivos para hacer el bien. Al actuar sus naturalezas de acuerdo a su entorno y
a sus condiciones, aún creen que son mantenidos en el camino correcto por algún
poder externo, por alguna restricción arrojada a ellos por la Iglesia o el
Estado. De modo que el objetor cree que con el derecho a rebelión y a
escindirse, sagrados para él, estaría por siempre rebelándose y escindiéndose,
creando así constante confusión y agitación. ¿Es probable que lo haga, por la
mera razón de que puede hacerlo? Los seres humanos son en gran medida criaturas
de hábito, y llegan a amar las asociaciones; bajo condiciones razonablemente
buenas, se quedarían donde comenzaron, si así lo desearan, y, si no, ¿Quién
tiene algún derecho natural para forzarle hacia relaciones que le son
desagradables? Bajo el orden presente de los asuntos, las personas se unen a
las sociedades y permanecen siendo miembros buenos y desinteresados de por
vida, donde el derecho a retirarse es siempre concedido.
Por lo que nosotros los
anarquistas luchamos es por una mayor oportunidad de desarrollar las unidades
en la sociedad, que la humanidad pueda poseer el derecho, como ser sensato, a
desarrollar aquello que es más amplio, más noble, más elevado y mejor; una
oportunidad que no sea invalidada por ninguna autoridad centralizada, en la que
se debe esperar que se firmen, se sellen, se aprueben y se le traspasen
permisos antes de poder embarcarse en los activos propósitos de la vida con sus
semejantes. Sabemos que después de todo, a medida que nos ilustremos más bajo
esta mayor libertad, llegaremos a interesarnos menos y menos por la
distribución exacta de la riqueza material, que, a nuestros sentidos nutridos
por la codicia, parece ahora algo tan imposible de pensar sin cuidado. La mujer
y el hombre de intelectos más nobles, en el presente, no piensan tanto en las
riquezas a obtener por sus esfuerzos como en el bien que puedan realizar por
sus criaturas semejantes. Hay un brote innato de acción saludable en todo ser
humano que no ha sido aplastado y apretado por la pobreza y el arduo trabajo
desde antes de nacer, que le impulsa hacia adelante y hacia arriba. No puede
éste estar inactivo, aún si lo quisiese; es tan natural para él desarrollar,
expandir, y usar los poderes en él cuando no son reprimidos, como para la rosa
florecer a la luz del sol y arrojar su fragancia a la brisa que pasa.
Las más grandes obras
del pasado nunca fueron realizadas exclusivamente por dinero. ¿Quién puede
medir el valor de un Shakespeare, un Miguel Ángel o un Beethoven en dólares y
céntimos? Agassiz dijo, que “no tuvo tiempo de hacer dinero,” hubo más elevados
y mejores objetos en la vida que ese. Y así será cuando la humanidad se alivie
del apremiante temor a la inanición, la carencia, y la esclavitud, se
preocupará, menos y menos, de la apropiación de vastas acumulaciones de
riqueza. Tales posesiones serían nada más que una molestia y un problema.
Cuando dos o tres o cuatro horas al día de trabajo fácil y sano producirá todas
las comodidades y lujos que uno pueda usar, y la oportunidad de trabajar nunca
sea negada, las personas serán indiferentes respecto a quién posee la riqueza
que no necesitan. La riqueza estará por debajo de lo aceptable, y se encontrará
que hombres y mujeres no la aceptarán por pago, ni serán sobornados con ella
para hacer lo que no harían a voluntad y naturalmente. Algún incentivo mayor
debe sustituir, y sustituirá, a la codicia por oro. La aspiración involuntaria
nacida en el hombre por hacer lo máximo de uno mismo, por ser amado y apreciado
por los semejantes, por “hacer mejor al mundo por haber vivido en él,” le
urgirá a por actos más nobles de lo que nunca lo ha hecho el sórdido y egoísta
incentivo del beneficio material.
Si, en la presente
lucha caótica y vergonzante por la existencia, en que la sociedad organizada
ofrece un recargo por la codicia, la crueldad, y el engaño, se pueden encontrar
personas que se desentienden y están casi solas en su determinación por
trabajar por el bien en vez de por oro, quienes sufren carencias y persecución
en vez de desertar a sus principios, quienes pueden caminar valientemente al
cadalso por el bien que pueden hacer a la humanidad, ¿Qué podemos esperar de
las personas al ser liberadas de la demoledora necesidad de vender lo mejor de
ellas por pan? Las terribles condiciones bajo las que se realiza el trabajo, la
espantosa alternativa si uno no prostituye el talento y la moral al servicio de
la avaricia, y el poder adquirido con la riqueza obtenida por siempre tan
injustos medios, se combinan para hacer de la concepción del trabajo libre y
voluntario casi imposible. Y sin embargo, hay ejemplos de este principio aún
hoy. En una familia bien criada cada persona tiene ciertos deberes, que son
realizados gozosamente, y que no son medidos ni pagados de acuerdo a algún
estándar pre-determinado; cuando los miembros se sientan a la mesa bien
servida, el más fuerte no se lanza a obtener lo más posible mientras el más
débil prescinde, ni reúne codiciosamente a su alrededor más comida de la que
pueda consumir. Cada cual espera pacientemente y respetuosamente su turno para
servirse, y deja lo que no quiere; tiene certeza de que cuando tenga hambre
nuevamente habrá bastante comida. Este principio puede ser extendido a toda la
sociedad, cuando las personas sean lo suficientemente civilizadas como para
desearlo.
Nuevamente, la completa
imposibilidad de otorgar a cada cual un retorno exacto por la cantidad de
trabajo realizado hará del comunismo absoluto una necesidad tarde o temprano.
La tierra y todo lo que contiene, sin la cual el trabajo no puede realizarse,
no pertenecen a persona alguna, sino a todos por igual. Las invenciones y
descubrimientos del pasado son la herencia común de las generaciones venideras;
y cuando una persona tome el árbol que la naturaleza provee gratis, y la torne
en un artículo útil, o una máquina perfeccionada y legada a ella por muchas
generaciones pasadas, ¿quién va a determinar qué proporción es suya y solo
suya? El hombre primitivo habría estado una semana haciendo un tosco parecido
al artículo con sus burdas herramientas, donde el trabajador moderno ha ocupado
una hora. El artículo terminado es de mucho mayor valor real que el tosco hecho
hace mucho tiempo, y sin embargo el hombre primitivo se esforzó por más largo y
más duro. ¿Quién puede determinar con justicia exacta cuánto se le debe a cada
cual? Debe llegar un momento en que dejemos de intentarlo. La tierra es tan
pródiga, tan generosa; el cerebro humano es tan activo, las manos tan
inquietas, que la riqueza brotará como magia, lista para el uso de los
habitantes del mundo. Nos avergonzaremos tanto de pelear por su posesión como
ahora lo hacemos al reñir por la comida puesta ante nosotros en una mesa. “Pero
todo esto,” urge el objetor, “es muy bonito en el futuro lejano, cuando seamos
ángeles. No funcionaría hoy abolir los gobiernos y las restricciones legales;
las personas no están preparadas para ello.”
Esta es una pregunta.
Hemos visto, al leer la historia, que donde fuera que una antigua restricción
haya sido removida las personas no han abusado de su nueva libertad. Una vez
fue considerado necesario obligar a las personas a salvar sus almas con la
ayuda de cadalsos gubernamentales, repisas de iglesias y hogueras. Hasta la
fundación de la república americana era considerado absolutamente esencial que
los gobiernos deban secundar los esfuerzos de la iglesia por forzar a las
personas a atender a los medios de gracia; y sin embargo se encuentra que el
estándar moral entre las masas se ha elevado desde que se les dejó libres de
orar cuando quisieran, o de no hacerlo, si así lo prefieren. Se creía que los
esclavos no trabajarían si el capataz y el látigo se quitasen; son tan más una fuente
de ganancias ahora que los antiguos dueños de esclavos no volverían al antiguo
sistema aunque pudiesen.
Tantos hábiles
escritores han mostrado que las instituciones injustas que obran tanta miseria
y sufrimiento sobre las masas tienen su raíz en los gobiernos, y deben toda su
existencia al poder derivado del gobierno, que no podemos sino creer que si
toda ley, todo título de propiedad, toda corte, y todo oficial de policía o
soldado fuese abolido mañana de un barrido, estaríamos mejor que ahora. Las cosas
reales, materiales, que el hombre necesita existirían aún; su fuerza y
habilidad permanecería y sus inclinaciones sociales instintivas retendrían su
fuerza; y con los recursos vitales vueltos libres para todos, no se
necesitaría fuerza alguna más que la de la sociedad y la de la opinión de los
semejantes para mantenerles morales y honestos.
Libres de los sistemas
que les hicieron antes miserables, es poco probable que se tornen más
miserables por falta de éstos. Mucho más está contiene el pensamiento de que
las condiciones hacen al ser humano como es, y no las leyes y las penas hechas
para guiarles, más de lo que supone el pensamiento bajo la observación
descuidada. Tenemos leyes, cárceles, cortes, ejércitos, armas y armerías
suficientes como para hacer de todos unos santos, si es que fueran verdaderos
preventivos contra el crimen; pero sabemos que no previenen el crimen; que la
maldad y la depravación existen a pesar de ellos, es más, que aumentan a medida
que la lucha entre clases se torna más fiera, la riqueza se torna mayor y más
poderosa y la pobreza más sombría y desesperada.
A la clase gobernante
los anarquistas dicen; “Caballeros, no pedimos privilegios, no proponemos
restricción alguna; tampoco, por otra parte, lo permitiremos. No tenemos nuevas
cadenas que proponer, buscamos la emancipación de las cadenas. No pedimos
sanción legislativa, pues la cooperación solicita solo un campo libre y ningún
favor; tampoco permitiremos su interferencia”. Se afirma que en la libertad de
la unidad social yace la libertad de la condición social. Se afirma que en la
libertad de poseer y utilizar el suelo yace la felicidad y progreso social y la
muerte de la renta. Se afirma que el orden solo puede existir donde la libertad
prevalezca, y que el progreso guía y nunca sigue al orden. Se afirma
finalmente, que esta emancipación inaugurará la libertad, la igualdad, la
fraternidad. Que el sistema industrial existente ya ha sobrepasado su utilidad,
si es que alguna vez tuvo alguna como creo lo han admitido todos quienes le han
dado un serio pensar a esta fase de las condiciones sociales.
Las manifestaciones de
descontento avecinándose ahora desde todos lados muestran que la sociedad se
conduce sobre principios errados y que algo debe hacerse pronto o la clase
asalariada se hundirá en una esclavitud peor de la que fue la servidumbre
feudal. Digo a la clase asalariada: Piensen con claridad y actúen con rapidez,
o están perdidos. Paren no por unos cuántos céntimos más por hora, porque el
precio de la vida subirá aún más rápido, paren por todo lo que trabajan, no se
contenten con nada menos.