lunes, 29 de junio de 2015

Fútbol: Origen, política y control social


   Este deporte tan bello, que no ha sido inventado por los ingleses, provoca crudas pasiones en cada uno de sus simpatizantes aunque actualmente sufre el flagelo que causa contraer una relación mutua con la política. Los gobiernos han subordinado al fútbol a su conjunto de herramientas para manipular a las sociedades, controlarlas, conformarlas con los escasos recursos que les proveen y ejercer un control social cada vez más evidente y, a menudo cuestionado por la crítica pública.





Origen 

 
  Las primeras evidencias de este deporte de masas se hallan en China, durante el periodo gobernado por la dinastía Han, hace unos 2.200 años (Siglo II A.C para los religiosos occidentales). El “ts'uh kúh”, que traducido se establece como el acto de “dar patadas a un balón de cuero”, fue un juego probablemente muy violento practicado con manos y pies, que surgió como un método de adiestramiento militar por el que ricos espectadores apostaban parte de sus bienes. La probabilidad de que se haya tratado de una práctica muy violenta radica en el fuerte castigo y flagelo corporal que sufría en público el capitán -visto como el máximo responsable- del equipo derrotado, a manos de los adversarios.
   Siglos después este deporte se trasladó a Japón donde se lo conoció como “Tsú-chú” y del cual se tomaron las bases del “Kemari”, que trataba de un juego cortesano de la era medieval practicado por príncipes, corteses y otros burgueses en los patios, que reemplazaban a un “mari-no-niwa” -campo de juego-, de sus ostentosos castillos. Se reemplazó la brutalidad con que se desplegaban los jugadores chinos por la habilidad y estrategia elegidas por los japoneses. La “mari” -pelota- estaba hecha con piel de cerdo o ciervo.

   Distinto al caso del deporte de la pelota en China y Japón, esta vez en el reino de Shilla (actual Corea), hace aproximadamente 1.500 años se desarrolló otro juego con pelota que también sirvió como estrategia de entrenamiento militar. Fue el “Chukkuk”.

   A través de estos datos se puede cuestionar la versión oficial sobre el origen del fútbol que indica que las islas británicas fueron el territorio madre de la gesta del deporte más importante de la actualidad a nivel global. Sin embargo, sí se puede adjudicar Gran Bretaña la transformación de un simple juego a la formalización como un deporte con reglamento y torneos de competencia. En 1848 representantes de colegios ingleses se reunieron en la Universidad de Cambridge donde crearon el famoso ‘código Cambridge’, que décadas más tarde funcionaría como base del reglamento moderno adoptado por la asociación de las distintas organizaciones futbolísticas de Gran Bretaña a priori, luego de Europa, y por último en el siglo XX, del mundo entero.




Relaciones con la política y control social


 


El fútbol es el opio del pueblo.
 

[IMAGEN]: Se parodia el empleo que hace la clase dominante (representada con políticos) con el fútbol para apaciguar y así mantener la furia con que los dominados se rebelarían.

 
   El fútbol inspira competencia, pero no deja de ser un deporte colectivo donde triunfan las buenas organizaciones internas, las estrategias inteligentes de juego, el compañerismo dentro y fuera de las canchas y, primordialmente, la cooperación entre los jugadores. En el ideal ingresan además millones de simpatizantes que asisten a los estadios para ofrecer apoyo y aliento; socios que colaboran económicamente con los clubes; y muchas esperanzas de triunfos, goles y torneos ganados. No obstante, la realidad distorsiona a la idealidad, poniéndola a ésta en un plano utópico.
 
   Entre la política, el dinero y las mafias institucionales, la pelota se mancha. El fútbol pierde su sentido colectivo.
 
  
 
 
 
 
 
   El universo de los intereses políticos abarca prácticamente todas las cuestiones sociales, sus movimientos y distracciones, como los deportes, de las poblaciones. El fútbol no es la excepción. Muy lejos del intento de evadirlo, este deporte es terreno fértil para las aspiraciones de los partidos políticos, por lo que es muy común que se construyan relaciones carnales entre el poder estatal, las dirigencias de los clubes de fútbol y sus grupos de hinchas revoltosos, a menudo violentos, que en Latinoamérica reciben la definición de “Barrabravas”, cuya existencia se presume necesaria gracias a la cultura del aguante que ejercen plenamente desde las tribunas, al mismo tiempo que son los mayores conspiradores del juego limpio. Éste triángulo macabro de la corrupción es el responsable de la mecanización del fútbol para transformarlo en un mecanismo de control social al servicio de sus intereses económicos.

   La aplicación de políticas de Estado sobre el fútbol no es casual, sino estratégica. Si el objetivo del partido político que gobierna es mantenerse en el poder, entonces debe contener a la población conforme con su status, sumisa y, en la medida en que le sea posible, con una buena opinión de su gestión. El Estado debe crear nuevos intereses y preferencias en terrenos alejados del cuestionamiento de su existencia para así poder evitar la lucha de las poblaciones por mejores condiciones de vida, que implicarían masivas protestas y desestabilizaciones a su régimen; y es allí donde los deportes conforman una respuesta contundente. En regiones futboleras como Latinoamérica, por ejemplo, el fútbol es la solución al temor estatal por la insurrección social.
   Millones de habitantes desvían su mirada de la realidad social, al menos por un lapso considerado de tiempo, cada vez que se congregan competencias futbolísticas nacionales e internacionales, y esto se producen de forma permanente. Cada tres días, cada fin de semana, cada año o cada cuatro años. Los medios de comunicación convierten en rutina la información deportiva, a cada instante del día. Diarios, revistas, programas de radio y televisión, portales de Web, una batería de promoción del control social.

   El aprovechamiento de la propaganda excede al uso que le dan los medios de comunicación y las empresas multinacionales. En las últimas décadas se multiplicaron los casos en los que ex jugadores se convierten en candidatos políticos municipales, provinciales y hasta presidenciales. El caso más interesante es el de George Weah, ex delantero del A.C Milan italiano y balón de oro en 1996, que fue candidato a presidente de Liberia en 2005. Han sido diputados Bebeto (Brasil), Roman Kosecki (Polonia), Oleg Blohkin (Ucrania), y actualmente Kakha Kaladze es viceprimer ministro de Georgia. En Argentina, el ex defensor de su selección Carlos Mac Allister es diputado nacional por la provincia de La Pampa. Si algo le faltaba a la relación política-fútbol es que jugadores profesionales se vuelvan políticos. Aquí se comprende que este deporte no sólo sirve para auspiciar las gestiones de los gobiernos y banalizar su presencia en la gente, sino que puede ser utilizado como un medio para alcanzar cargos políticos de gran trascendencia.

El fútbol mueve millones.

   El lucro con el deporte, y en especial del fútbol, es rotundo. En las camisetas se visualizan las marcas de los sponsors de cada institución, donde las multinacionales, cuyos dueños son a su vez titulares del poder mundial, lideran en presencia y aparecen en los clubes más poderosos del mundo. Porque el dinero en este sistema implica poder. Transferencias de jugadores con contratos multimillonarios, clubes tan poderosos que poseen ingresos tan altos que equivalen a más dinero que el de algunos sectores económicos nacionales de los países subdesarrollados más pobres.

   Este es el panorama por el que transcurre sus días el fútbol. La organización internacional que lo administra es la FIFA -Federación Internacional de Fútbol Asociados-, que junto con el narcotráfico y la trata de mujeres y niños conforma una de las mafias más desarrolladas y difíciles de investigar por sus múltiples relaciones creadas con los Estados. El lavado de dinero es moneda corriente tanto en la FIFA como en todas las organizaciones dependientes de ella que operan en los países que presencia.
 
 
 
   Las competencias internacionales más importantes de fútbol han servido para maquillar las delicadas situaciones de los países ganadores o anfitriones de los torneos. El mundial de 1976 llevado al cabo en Argentina durante la dictadura del Proceso que desapareció a 30.000 personas, y ganado por la selección local permitió contribuir al contexto de "paz social" forzada por los militares y la exaltación del ser nacional, que luego fue utilizado en 1982 para afrontar la Guerra de Malvinas. La Copa América de este año en Chile, momentáneamente esconde la crisis política por la que atraviesa el gobierno de Michelle Bachelet a causa de las masivas protestas estudiantiles y la represión policial que ya se atribuye con varios muertos. Y así se reproducen muchísimos más casos, como el Mundial de 1970 realizado en un México crítico, donde se reprimía a los estudiantes y jóvenes en las manifestaciones por mejoras.

   El bombardeo mercantil desvirtúa al deporte. Las instituciones que lo representan lo convierten en una empresa capitalista generadora de ganancias. El Estado burgués aprovecha la facultad recreativa del fútbol para distraer la atención de sus dominados.
 


El fútbol es utilizado como un instrumento de manipulación serial de los televidentes.