Autor: Ricardo Flores Magón.
Año: 1916.
Lugar: México.
TIERRA Y LIBERTAD
PERSONAJES
DON JULIÁN, rico hacendado RAMÓN, peón
DON BENITO, cura TERESA, compañera de Ramón
JUAN, peón CARCELERO
MARTA, compañera de Juan MINISTRO
MARCOS, peón LÓPEZ, líder obrero
ROSA, compañera de Marcos
SEÑORITA SOFÍA MERINDIETA, profesora normalista
OFICIAL, MOZO, CENTINELA, DELGADO, PEONES primero,
segundo, tercero, cuarto y quinto; soldados, campesinos de ambos sexos y
distintas edades; obreros de ciudad.
La acción pasa en México.
ACTO PRIMERO
La decoración representa un camino a través de un bosque.
PRIMERA ESCENA
DON JULIÁN (Saliendo por la izquierda y deteniéndose a
mitad del escenario.) Esta vez no se me escapa la muchacha. ¡No faltaba más que
un hombre como yo, poderoso, dueño de mil kilómetros cuadrados de terreno y con
grande influencia ante el Presidente, se dejase babosear de una pelada como la
tal Marta! (Mirando hacia la derecha.) No debe tardar en pasar por aquí.
(Consultando un reloj de oro.) Faltan diez minutos para las once, y es la hora
en que lleva la comida a ese imbécil de Juan. ¡Y la comida que devoran estos
marranos, no la comerían ni mis perros! Pero eso es lo que merece esta gente.
¡Bonito sería que comieran lo que comen sus amos! En cuanto a la muchacha, es
bonita. No tiene más de tres meses de casada con Juan; yo sé que se quieren
bien, pero soy el amo y tengo derecho a ella. (Mirando hacia la derecha.) Aquí
viene Marta; voy a ocultarme. (Corre hacia la izquierda y se oculta detrás de
un árbol.)
MARTA (Sale por la derecha llevando una cesta al brazo y
se detiene a mitad del escenario.) (Suspirando.) ¡Pobre Juan! Tanto que trabaja
y no le llevo más que frijoles. Se me parte el corazón ante tanta injusticia, y
en mi pecho siento no sé qué sorda cólera. Soy una ignorante; pero para mí es
injusto que el que trabaja viva en la miseria, mientras los que no hacen nada
útil viven gozando toda clase de comodidades. (Descansa la cesta; hinca una
rodilla y se pone a arreglar la servilleta.) (Suspirando.) Yo nada sé; pero
pienso que no es justo que los que labran la tierra, siembran el grano y
levantan la cosecha, tengan menos que comer que los que viven en continua
fiesta sin hacer nada útil. (Volviendo el rostro en todas direcciones.) ¡Pobre
Juan! No solamente te deslomas y te sacrificas en el trabajo para que tus amos
vivan en la holganza, sino que no satisfechos con la explotación de que te
hacen víctima, tratan de arrebatarte la única dicha que tienes, tu único
tesoro, que es mi cariño. Tú no sabes que don Julián me persigue sin descanso.
¡Infames ricos!: no se conforman con chaparnos la sangre; no están satisfechos
con destruir nuestra salud con sus trabajos de presidio: quieren también
nuestro corazón. ¡Infames, infames!
DON JULIÁN (Sale de su escondite y se aproxima a Marta.)
Buenos días, Marta.
MARTA (Sin volver el rostro hacia él.) Buenos días.
DON JULIÁN (Tratando de estrecharla por la cintura.) ¡Qué
Linda estás! (Marta lo rechaza.) ¿Por qué rechazas mi cariño?
MARTA Porque amo a Juan.
DON JULIÁN Juan es un pelado, mientras yo soy rico.
MARTA Pero eso amo a Juan, y a usted le odio. (Con
energía.) Retírese!
DON JULIÁN Vamos, calma, chiquilla, que no sabes lo que
haces. Sábelo: cientos de mujeres se sentirían felices con sólo que las
dirigiera la palabra. Yo soy tan poderoso que puedo obligarte a que me
entregues tu corazón. No me rechaces, porque el amor que hoy me niegas con
tanto orgullo tendrás que venir a ofrecérmelo mañana de rodillas, y yo lo
rechazaré entonces con la punta de mi bota.
MARTA (Dando muestra de terrible agitación.) ¡Imposible!
¡Eso, nunca! ¡Primero muerta que humillada! ¡Retírese usted!
DON JULIÁN ¿No te das cuenta de mi poder? Pues bien,
sábelo: yo puedo hacer que arresten a Juan. Yo tengo influencia con el
Gobierno, y tu marido puede ser reclutado como soldado. Con una palabra mía, el
Jefe político puede entregarlo a lo Acordada para que se le mate come un perro
a la vuelta de un camino. Yo puedo.....
MARTA (Interrumpiéndole con viveza.) ¡No lo hará usted!
¡No lo hará usted! ¿Qué delito ha cometido Juan para merecer el ser tratado de
esa manera?
DON JULIÁN (Con dignidad.) Yo soy aquí el amo, y puedo
hacer lo que me plazca.
MARTA Nos quejaremos al Gobierno.
DON JULIÁN ¡Ja, ja, ja! ¡Los ricos somos el Gobierno!
MARTA ¡Retírese usted!
DON JULIÁN Ámame; yo necesito tu amor como el sediento
necesita agua, como los pulmones necesitan aire. Decídete: o mía o de nadie.
Decídete antes de que sea demasiado tarde. Recuerda lo que te he dicho: yo
puedo mandar arrestar a Juan; puedo mandarlo a servir en el Ejército; puedo
entregarlo a la Acordada para se le mate como un perro; puedo......
MARTA (Interrumpiéndole con viveza.) ¡Imposible!
¡Imposible! ¿Qué mal ha hecho Juan a nadie?
DON JULIÁN No ha hecho mal a nadie; él es un buen
trabajador, cumplido, laborioso, honrado; pero yo soy la fuerza y puedo
disponer de su porvenir, de su tranquilidad, de su vida. Así, pues, decídete en
el acto.
MARTA ¡Imposible! (Corre y desaparece por la izquierda.)
DON JULIÁN (Viéndola correr.) Está bien; dentro de pocos
minutos sabrás cuán poderoso soy. (Base por la derecha.)
(Cambia la decoración.)
La decoración representa un campo de labranza.
ESCENA SEGUNDA
JUAN, MARTA, DON BENITO, DON JULIÁN,
UN OFICIAL Y SOLDADOS
JUAN (Metido hasta la cintura en una zanja, remueve
empeñosamente la tierra del fondo con una pala y la va acumulando en uno de los
bordes.) (Se enjuga el sudor del rostro y dirige una mirada hacia el cenit.) Ya
es cerca de mediodía y Marta no ha llegado con la comida. ¿Qué podrá haber
sucedido? Ella nunca falta a las once, y ya pronto darán las doce. (A lo lejos
suenan pausadamente doce campanadas.) ¡Las doce, y Marta no parece! Esa
tardanza me llena de inquietud. (Pausa.) ¡Tan buena que es mi Marta...! Ella es
mi dicha, ella es mi consuelo. (Pausa.) Pero ¿qué sucederá que Marta no viene?
(Reanudando su tarea.) El patrón quiere que este trabajo quede concluido este
día, y para concluirlo se necesitarían tres días; pero hay que terminarlo hoy
porque el amo pudiera multarme, me multaría si no lo acabase. (Enderezando el
cuerpo y oprimiéndose lo riñones con la mano izquierda.) ¡Estoy tan
cansado.....! ¡Qué gran desgracia es ser pobre! (Viendo hacia la derecha.)
¡Aquí viene Marta! (Con asombro.) Pero qué extraña me parece. (Sale de la zanja
a recibirla.)
MARTA (Aparece por la derecha con el pelo en desorden y
se echa en brazos de su Juan.) ¡Juan mío! ¡Mi Juan! (Sollozando.) ¿Te he hecho
esperar mucho?
JUAN (Alarmado.) ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras? ¿No somos
felices con nuestro amor a pesar de nuestra miseria? (Acariciándola.) Cálmate y
cuéntame lo que haya ocurrido. (Se sientan en una piedra.) Nunca te había viso
llorar.
MARTA (Enjugándose las lágrimas) Somos desgraciados......
JUAN Sí, somos pobres; no contamos con bienes de fortuna;
vivimos al día, pero nuestros corazones son dichosos; nuestro amor es un
tesoro, y nosotros somos los dueños de él. ¿Quién podría arrebatarnos esa
dicha?
MARTA El amo.
JUAN ¿El amo? El amo podrá secarme en el trabajo dándome
tareas de presidiario en cambio de unos cuantos centavos diarios, como lo está
haciendo, como lo ha hecho siempre, como lo hizo con mi padre y con el padre de
mi padre. Pero ¿cómo podría robarse nuestra dicho de amarnos? En tanto que tú
me ames ¿qué puede hacer el amo?
MARTA (Abrazándose de Juan.) Juan mío, mi pobre Juan, el
amo quiere que yo sea suya; él me lo ha dicho muchas veces; él me lo acaba de
decir y me ha amenazado con prenderte y mandarte al cuartel o aplicarte la ley
fuga si no le hago entrega de mi cuerpo. ¡Huyamos, Juan, huyamos de la
hacienda!
JUAN (Sombrío.) ¡Huir...! ¿Y dónde? ¿A otra hacienda? ¿A
la ciudad? ¿Adónde iríamos que el amo no supiese?
MARTA Imploraremos a un juez para que nos haga justicia...
La Ley nos ampara.
JUAN (Sombrío) ¡La Ley! Mira, Marta mía, la Ley es una
cosa que no beneficia al pobre. En nombre de la Ley se cobran las
contribuciones al pobre; en nombre de la Ley se obliga al pobre a prestar
servicios gratuitos a la Autoridad; en nombre de la Ley se arranca al pobre del
seno de su familia para hacerlo soldado, y si la familia abandonada de ese
modo, roba o se prostituye para no perecer de hambre, en nombre de la Ley se le
castiga... ¡La Ley ha sido hecha por los ricos para proteger a los ricos...
MARTA (Mirando hacia la izquierda.) (Con exaltación.)
Aquí viene el señor cura; él nos salvará.
DON BENITO (Entrando por la izquierda.) El Señor esté con
vosotros, hijos míos. ¡Qué día tan caluroso!
MARTA Y JUAN (A una voz.) Buenas tardes, señor cura. (Con
vehemencia.) ¡Salvadnos, señor cura! (Se hincan.)
DON BENITO ¿Que os salve? ¿Qué ocurre? Decídmelo, y con
la ayuda de Dios Todopoderoso yo os salvaré. (Los hace levantarse.)
MARTA (Sollozando.) Somos muy desgraciados.
DON BENITO Sí, sois pobres; pero la pobreza es una
virtud: con ella abriréis las puertas del cielo.
MARTA No es de la pobreza de lo que nos quejamos, sino de
la injusticia.
DON BENITO (Con unción.) Bienaventurados los que han
hambre y sed de justicia, que de ellos será el reino de los cielos.
MARTA El amo quiere obligarme a que le ame, y me amenaza
con mandar a Juan a la cárcel o entregarlo a la Acordada para que lo maten si
no me rindo a sus caprichos
DON BENITO (Fingiendo asombro.) ¡Pero hijos míos qué es
lo que tenéis! ¿Cómo os atrevéis a ofender a Dios Nuestro Señor con semejantes
calumnias?
MARTA No mentimos: decimos la verdad
DON BENITO Moriréis en pecado mortal si insistís en
vuestra calumnia. Don Julián es un hombre honrado y muy piadoso. Él ha hecho
más por la Iglesia en mi parroquia que ningún otro hombre. Él se confiesa, y
comulga y oye la santa misa todos los días y es un hombre que, cuando muera,
morirá en olor de santidad.
MARTA (Con energía.) Lo que decimos a usted es la verdad.
DON BENITO Lo que pasa es que vosotros no vivís en el
temor de Dios. Algún crimen habrá cometido Juan cuando el amo trata de
entregarlo a la Ley.
MARTA Y JUAN (Hablando al mismo tiempo y con viveza) No
hemos cometido ningún crimen.
DON BENITO Eso es lo que vosotros decís; pero vuestra
vida irregular me hace sospechar que algún crimen habréis cometido. Apuesto a
que ni siquiera estáis casados por la Ley. Todos vosotros hacéis lo mismo.
JUAN Señor cura: nosotros somos unos rústicos que lo
ignoramos todo; pero creemos que para que un hombre y una mujer vivan
tranquilos, amándose y ayudándose en la vida, no necesitan dar cuenta a nadie
de su unión. Es lo mismo que cuando se hace uno de un amigo: a nadie se da cuenta
de ello, ni a la Autoridad ni a la Iglesia.....
DON BENITO (Con orgullo.) ¡Calla, blasfemo, que estás
ofendiendo a Dios con tus palabras! (Aparte.) Así es casi toda esta gente: se
unen sin dar cuenta ni a la Autoridad ni a la Iglesia, ni a Dios ni al Diablo.
(A ellos.) Estáis excomulgados. (Marta y Juan, horrorizados, se llevan las
manos a las sienes.) (Aparte.) Si supieran los pobres diablos que yo no creo lo
que digo. (A ellos.) Dios, justamente ofendido por vuestras culpas, os
castigará aquí, en la Tierra, mientras llega el día de castigaros después de la
muerte con las llamas del Infierno. (Aparte.) Si no les meto miedo; son capaces
de matar a don Julián y tal vez hasta a mí. (A ellos.) Dios quiere probaros;
quiere daros una oportunidad para que demostréis que le teméis y que acatáis su
soberana voluntad. (Aparte.) Tengo que defender a don Julián, el principio de
Autoridad, para que esta canalla no se rebele. (A ellos.) Debéis sufrir con
paciencia todos los dolores de esta vida; debéis resignaros a todos los
sacrificios; que es Dios quien ordena sufrir para premiar más allá. Todos
vuestros sufrimientos aquí abajo serán recompensados allá arriba por Dios
misericordioso. Todo lo que os pase en la Tierra, es porque Dios lo ha ordenado
allá, en el cielo. Así, pues, sufrid en silencio y rogad a Dios que salve
vuestras almas
JUAN Perdone usted, señor cura: ¿se salvará el alma de
don Julián?
DON BENITO (Indignado.) ¡Calla, blasfemo! Sólo a Dios le
toca juzgar a los hombres. (Aparte.) Si permitiéramos a esta gente hacer uso de
su razón, ¿adónde iríamos a parar don Julián y yo?
MARTA (Llamando la atención hacia la izquierda.) (Con
asombro.) ¿Qué significa esa muchedumbre que se aproxima?
JUAN Son soldados; también veo a don Julián.
MARTA Juan, vienen a prenderte, huyamos......
JUAN (Con desaliento.) ¡Huir...! ¿Y dónde? ¿Adónde puede
ir el pobre esclavo que no le alcancen los perros de su amo?
MARTA (Agitada.) ¡Huyamos, huyamos! (Dirigiéndose a don
Benito.) ¡Salvadnos señor cura!
DON BENITO Calma, hijos míos, dejad que se cumpla la
voluntad de Dios. Los ricos son los representantes de Dios sobre la Tierra y
hay que obedecerles. (Aparte.) Si no predicase yo estas cosas, el mejor día se
levantarían los pobres contra los ricos.
DON JULIÁN (Aparece por la izquierda al frente de un
oficial y un pelotón de soldados.) (Señalado a Juan a los soldados.) Este es
Juan, el ladrón que se robó el novillo. ¡Prendedle!
OFICIAL (Pistola en mano.) (A Juan.) ¡Ríndete! ¡No te
muevas o mando que se te mate como un perro! (Dirigiéndose a los soldados.)
¡Amarrad a este hombre! (Los soldados se aproximan y le atan los manos.)
JUAN (Suplicante.) No me perjudiquéis: soy inocente; soy
un hombre honrado que vive de su trabajo; yo a nadie le he cogido nada; pongo
de testigos a todos los peones de la hacienda; si algo he hecho durante toda mi
vida, desde niño, ha sido trabajar; don Julián sabe bien que siempre he
trabajado; ¡dejadme libre! Ved que tengo una esposa joven que necesita de mi
apoyo (Con desesperación) ¡Ah, me vuelvo loco! (Los soldados tiran de él y se
resiste.) No me llevéis, ¡dejadme, dejadme!
OFICIAL (A los soldados.) ¡Ea, obligadlo a marchar con
vosotros al cuartel! (Juan se tira en tierra, resistiéndose.) Hacedle marchar a
culatazos. (Los soldados arremeten contra el cuerpo caído a culatazos y
puntapiés.)
MARTA (Abrazándose de Juan) (Con desesperación) ¡Matadnos
a los dos! (Los soldados golpean a ambos.) (Jadeante.) Los ricos... nos chupan
la sangre... roban nuestra tranquilidad... nos matan... ¡infames, infames,
infames! (Se desmayan.)
OFICIAL (A los soldados.) Traed unas camillas para
levantar a esos perros (Los soldados marchan apresuradamente hacia la
izquierda)
DON BENITO (Aproximándose a don Julián) ¡Sea por el amor
de Dios! (Hablándole al oído.) ¡Lo sé todo! Ahora es necesario que el pueblo no
se dé cuenta de la verdadera causa de este atentado. Yo he podido notar en el
pueblo una inquietud hasta hace poco desconocida. Por todas partes se están
insurreccionando las peonadas contra los hacendados. Los habitantes de esta
hacienda han sido siempre muy pacíficos; pero de algún tiempo acá he notado
signos inequívocos de que algo fermenta en el fondo de las masas trabajadoras.
Una hoja infernal, un aborto del Diablo con el nombre de "Regeneración"
ha logrado introducirse a los jacales, burlando la estrecha vigilancia de las
autoridades, y la gente está despertando más de lo que es necesario, con
perjuicio de la Iglesia y del sagrado principio de Autoridad. Yo me he
esforzado en el púlpito por hacer volver a la gente a su sencilla ignorancia
para que estén conformes con su condición; pero observo que mis palabras no
tienen ahora la influencia que tenían antes: un espíritu de rebeldía flota en
el aire y rumores de revuelta circulan por doquier. ... (Con exaltación) Don
Julián, yo presiento que el fin de nuestro imperio sobre la clase desheredada
se acerca a pasos de gigante; un cataclismo social está por sobrevenir; la
plebe se encabrita contra sus señores, y un nuevo orden social puede resultar
de la inquietud; del descontento que agita a los proletarios...
DON JULIÁN (Colérico.) ¡Esa canalla no se atreverá a
atentar contra sus señores.
DON BENITO Confiado os mostráis, don Julián, y eso se
debe a que no estáis en contacto con el pueblo; pero yo, que descubro en el
confesionario los más íntimos pensamientos de esa gente, puedo deciros que se
acerca una catástrofe formidable. Hasta hace poco tiempo la gente vivía en el
temor de Dios, respetando a sus amos y al Gobierno, y esperando su recompensa
después de la muerte. Ahora, mucho me temo que quieran su recompensa en esta
vida, y sólo Dios podrá salvar a la sociedad de las iras del pueblo. (Con
vehemencia.) Don Julián, necesitamos impresionar a la gente con solemnes
ejercicios religiosos; hay que pintar el Infierno con terribles colores para
someterla, y para todo eso, la Iglesia necesita dinero.
DON JULIÁN (Con fanfarronería) Por dinero no paréis,
señor párroco, que yo os daré todo el que necesitéis, pues al fin y a la postre
todo lo que se gaste en eso, saldrá de las costillas de esos perros.
DON BENITO Entendidos.
ACTO SEGUNDO
El interior de un jacal sin más mobiliario que toscos
trozos de madera y piedras que sirven de asientos; un metate colocado al lado
de un hogar apagado, compuesto de tres piedras sobre las que descansa una olla
ahumada. De un rincón pende una cuna, a manera de hamaca, formada de un costal,
y en la cuna descansa el cuerpo de un niño envuelto en trapos de dudoso color.
La puerta por la derecha. De un rincón a otro pende un cordel que sostiene algunas
piezas de ropa de manta de hombre y de mujer, puestas a secarse, pero lo
suficientemente alto para no estorbar la vista de los personajes. En un rincón
un baúl y sobre éste, una cama enrollada en un petate.
ESCENA ÚNICA
ROSA Y MARCOS, DESPUÉS RAMÓN Y TERESA; PEONES PRIMERO,
SEGUNDO, TERCERO, CUARTO Y QUINTO; HOMBRES, MUJERES, ANCIANOS Y NIÑOS DE LA
CLASE TRABAJADORA; DON BENITO, OFICIAL Y SOLDADOS
ROSA (Haciendo oscilar la cuna por medio de una cuerda.) No sé
qué iremos a hacer; cada día estamos más pobres, y el amo cada día se vuelve
más exigente. Hoy me dijo el mayordomo, de parte del amo, que éste no permite
que mis gallinas se críen en terreno de la hacienda, y que tengo que comérmelas
o venderlas al corral del amo, y ya sabes lo que eso significa: que regale mis
animalitos.
MARCOS (Rascándose la cabeza.) No sé qué iremos a hacer.
El administrador me dijo este mañana que ya debo a la hacienda doscientos
treinta pesos, porque los ciento setenta y cinco que debía mi difunto padre me
los han cargado a mí. En cuanto a que vendamos las gallinas a la hacienda, bien
se ve que no obtendremos un solo centavo, pues su precio, calculado muy bajo
por el amo, será abonado a mi deuda. (Escupe con rabia y grita.) Rosa, esto es
ya insoportable y tanta injusticia tiene que terminar
ROSA (Con convicción.) Sí, tiene que terminar. (Llaman a
la puerta.) ¿Quién es?
RAMÓN (Desde afuera.) Somos Teresa y yo. ¡Abrid pronto!
(Abre Marcos la puerta y entran Ramón y Teresa dando muestras de gran
agitación)
TERESA ¿Sabéis lo que ha ocurrido esta tarde?
MARCOS Y ROSA (Hablando a la vez.) ¿Qué?
TERESA El amo ha mandado prender a Juan.
MARCOS (Admirado.) ¿Ha mandado el amo prender a Juan?
ROSA (Admirada.) ¡Pero si Juan es quizá el hombre más
bueno de la comarca!
RAMÓN Sí, el amo ha mandado prender a Juan. El amo
pretende hacerse amar de Marta. Marta rechaza los requiebros del amo. El amo ve
que el obstáculo es Juan, por quien Marta siente profundo amor, y para
deshacerse de Juan ha mandado prenderle, acumulándole el robo de un novillo.
Juan ha sido llevado al cuartel de la ciudad, donde se le hará sentar plaza de
soldado.
ROSA (Indignada.) Ya esto es más de lo que se puede
soportar.
MARCOS (Airado.) Tanta infamia reclama un pronto fin.
RAMÓN Amigos míos, hay que hacer algo: no tardarán en
llegar algunos vecinos de la hacienda que desean que tú, Marcos, que sabes
escribir con tan buena letra y que has leído tantos libros y tantos periódicos,
hagas por ellos un ocurso al Gobierno llamándole la atención sobre las injusticias
de que somos víctimas, para que ponga el remedio.
MARCOS ¿Un ocurso al Gobierno?
RAMÓN Si, en él pondrás que nos encontramos todos en la
miseria; que necesitamos tierra para sembrar por nuestra cuenta; que se nos
libre de las deudas que tenemos con la hacienda; que....
MARCOS ¡Basta! Yo no me presto a hacer peticiones de esa
naturaleza.
ROSA Muy bien, Marcos; ya no es tiempo de pedir, sino de
tomar. (Se escucha de afuera un murmullo de voces.)
RAMÓN Ya vienen los vecinos
ROSA Abramos la puerta. (Marcos abre la puerta; entran
unas treinta personas, hombres, mujeres, ancianos y niños, todos pertenecientes
a la clase trabajadora del campo.)
PREMIER PEÓN (Entrando.) Buenas noches.
ROSA, MARCOS, RAMÓN, Y TERESA (A una voz.) Buenas noches.
PREMIER PEÓN Venimos a darte una molestia, Marcos. Tú,
que sabes escribir tan bien, vas a escribir una solicitud al Gobierno para...
SEGUNDO PEÓN (Interrumpiéndole) ¿Ya sabes lo que le pasó
a Juan esta...?
TERCER PEÓN (Interrumpiéndole) No olvides decir, Marcos,
que necesitamos tierra para cultivarla por nuestra.....
CUARTO PEÓN (Interrumpiéndole.) Así como agua para regar nuestras.....
QUINTO PEÓN (Interrumpiéndole.) Y que se acabe la leva,
Marcos; y no se te olvide decir que queremos que se nos perdonen las deudas que
tenemos con la hacienda...
MARCOS (Con impaciencia.) ¡Basta! Sois unos chiquillos,
¡tan inocentes como unos chiquillos! Para vosotros no ha corrido el tiempo.
Pensáis y obráis como pensaron y obraron vuestros padres hace cien años, como
pensaron y obraron vuestros antepasados hace quinientos, hace mil años. Queréis
que el Gobierno os libre de la tiranía y os salve de la miseria... ¡Inocentes!
¿Cuándo se ha visto que el Gobierno dé pan al hambriento y libertad al esclavo?
(Pausa.) (Nervioso va y viene a lo largo del jacal; los circunstancies se miran
asombrados y se cuchichean palabras al oído; se detiene y prosigue.) No necesito
decíroslo; los hechos hablan: ¡todo gobierno es malo para los pobres!
PREMIER PEÓN (Convencido) Lo que dice Marcos es la mera
verdad, y...
SEGUNDO PEÓN (Interrumpiéndole) Mis padres fueron tan
desgraciados como yo, no obstante que vivieron bajo gobierno, y.....
TERCER PEÓN (Interrumpiéndole) Pues mis abuelos decían
que en su larga vida nunca vieron que el Gobierno protegiera al pobre, y...
CUARTO PEÓN (Interrumpiéndole.) Pues la verdad es que no
me acuerdo haber visto alguna vez que el Gobierno haya protegido al débil, ni...
QUINTO PEÓN (Interrumpiéndole.) Mi padre murió en el
presidio; mi hermano, en el cuartel...
MARCOS ¿Y con toda esa experiencia esperáis todavía
justicia del Gobierno? ¡Abrid los ojos! Lo que necesitamos los pobres es hacernos
justicia con nuestras propias manos. ¡Rebelémonos!
TODOS, EXCEPTO MARCOS Y ROSA (Santiguándose.) ¡Ave María
Purísima!
MARCOS (Indignado) ¿Tenéis miedo? Pues bien, agachad las
orejas y permaneced encorvados bajo el peso de vuestra vergüenza. Si no os
doléis de vosotros mismos, al menos no añadáis una afrenta nueva a la que ya
tenéis encima, que afrenta sería pedir justicia a nuestros verdugos cuando la
dignidad nos grita que debemos arrancarla por la fuerza de las manos de nuestros
opresores. ¡Dejadme en paz! ¡Marchaos! (Con vehemencia.) ¡Siento que la tierra
se estremece de indignación bajo vuestras pisadas de rebaño. (Todos permanecen
en sus respectivos sitios; los más se rascan la cabeza, consternados.)
¡Marchaos! Volved al surco a emparlo con vuestro sudor para que vuestros
tiranos se aprovechen de las cosechas; id a recibir, como premio a vuestra
mansedumbre, el estupro de vuestras hijas por los amos, y el cuartel, la ley
fuga o el presidio para vosotros. ¡Eso es lo que merece el que no se levanta
airado a cerrarle el paso al crimen! ¿Pedís? (Con desprecio.) Pues bien,
aceptad entonces lo que os den: la esclavitud, la deshonra, y la muerte.
RAMÓN (Reposado.) No tenemos miedo, Marcos. ¿No es la
muerte mil veces más dulce que los tormentos que sufrimos los pobres? No
tenemos miedo a morir; pero ¿que ganamos con rebelarnos? Si supiéramos que con
rebelarnos nuestros hijos tendrían asegurado el pan y afianzada su libertad, no
vacilaríamos en hacerlo; pero no sucede así. Hemos tenido muchas revoluciones y
¿qué es lo que siempre ha sucedido? Cae un mal gobierno para establecerse otro
tan malo como el que cayó. El pobre queda siempre pobre.
MARCOS El pobre queda siempre pobre porque, al levantarse
en armas, el pobre espera que un nuevo gobierno haga su felicidad. El Gobierno
no librará nunca de la miseria al pobre, porque no es esa su misión. La misión
del Gobierno, de cualquier gobierno, de todo gobierno, es proteger los
intereses de los ricos, intereses que solamente pueden prosperar mediante el
sacrificio del pobre. Si el pobre trabajara solamente para sí mismo y para su
familia, ¿qué comería el rico? ¿De dónde sacaría entonces el poderoso el lujo
que ostenta? Para que el rico goce, es preciso que el pobre sufra. Así, pues,
lo que se necesita es que ya no haya ricos, que todos seamos iguales, y para
conseguir eso no hay más que un medio: arrebatar de las manos de los ricos la
tierra, las casas, las máquinas, todo lo que existe, y hacer todo ello la
propiedad de todos. De esa manera ya no necesitaremos alquilar nuestros brazos
a ningún amo, y todo lo que produzcamos los trabajadores será para los
trabajadores, y el bienestar de que disfrutan los ricos ahora será disfrutado
por los trabajadores
ROSA (Con convicción.) Esa ha sido nuestra falta: que nos
hemos levantado en armas para derribar un gobierno y poner otro en su lugar, en
vez de levantarnos para arrebatar la riqueza de las manos de los ricos (Llaman
a la puerta; todos se miran asombrados.)
MARCOS ¿Quién es?
DON BENITO (Desde afuera.) Abrid, hijos míos
TODOS, CON EXCEPCIÓN DE MARCOS Y ROSA (A una voz.) ¡El
señor cura! (Rosa se apresura a abrir la puerta)
DON BENITO (Entra haciendo caravanas a derecha e
izquierda) (Con unción) Buenas noches, hijos míos.
TODOS, CON EXCEPCIÓN DE MARCOS Y ROSA (Arrodillándose.)
(A una voz.) ¡Buenas noches, señor cura!
DON BENITO (Aparte.) Estos condenados de Rosa y Marcos
son unos herejes. (A todos.) Levantaos, hijos míos, y que Dios os bendiga. ¿Os
divertís? ¿Celebráis alguna fiesta? (Aparte.) ¿Cómo justificaré mi presencia en
este lugar y a esta hora? Voy a decir una mentirijilla cualquiera a estos
brutos. (A todos.) Pasaba camino del curato cuando me sorprendió ver luz a
través de las rendijas de la puerta. Algún enfermo, me dije, y me atreví a
llamar a la puerta. (Con hipocresía.) ¡Es tan dulce consolar al que sufre...!
MARCOS No se celebra aquí ninguna fiesta ni nadie se
encuentra enfermo. En cuanto a los que sufren... ¡somos todos nosotros!
DON BENITO (Con unción.) Bienaventurados los que sufren
en la Tierra, que de ellos será el reino de los cielos.
ROSA (Con sorna.) Y los que son felices en la Tierra,
¿pueden entrar también al reino de los cielos?
DON BENITO ¡Naturalmente, hija mía, naturalmente si son
buenos cristianos!
ROSA Entonces, bueno sería que todos gozáramos aquí, en
la Tierra, y en el reino de los cielos. Al menos eso sería lo justo. Un dios
verdaderamente justo se preocuparía porque todos fuéramos felices, como un buen
padre de familia se preocupa por la felicidad de todos sus hijos.
DON BENITO Nadie puede juzgar las obras de Dios.
(Aparte.) ¡Carambas, cómo ha despertado esta gentuza! (A Rosa.) La sabiduría
divina quiere que haya pobres y ricos, para probar quiénes son los buenos que
soportan, con mansedumbre, su pobreza, y merecen, por lo mismo, entrar al reino
de los cielos, y quiénes son los díscolos, para quienes existen las llamas del
Infierno. (Todos, con excepción de Marcos y Rosa, se miran azorados y hacen la
señal de la cruz.) (Aparte.) Hay que atemorizar a la plebe pintándola infiernos
y demonios porque, de lo contrario, ¡pobres de los ricos y pobres de nosotros
los representantes de Dios: tendríamos que trabajar para comer! (A todos.) ¿A
qué se debe, hijos míos, esta reunión?
RAMÓN Señor cura: hemos venido a pedirle a Marcos que nos
escriba una solicitud para el Gobierno pidiéndole justicia.
DON BENITO (Fingiendo asombro.) ¡Justicia! ¿Pues qué os
pasa?
RAMÓN Han prendido a Juan, acumulándole el robo de un
novillo. Juan es el hombre más honrado de la hacienda: cumplido, trabajador,
buen vecino. Es un hombre incapaz de cometer un delito.....
ROSA (Interrumpiéndole.) (Con desprecio.) ¡Dí la verdad,
Ramón: le han prendido porque Marta es bonita y él es un estorbo para que el
amo la haga suya.
MARCOS La misma historia de siempre: hemos de sudar para
el amo y hemos de tener mujer para el amo. (Escupe con rabia.)
DON BENITO (Fingiendo asombro.) ¿Pero es posible eso?
PREMIER PEÓN ¿No recuerda usted, señor cura, que a
Melquiades, el vaquero, lo mató la Acordada porque se opuso a que el amo le
deshonrara la hija?
SEGUNDO PEÓN ¿Y quién ha olvidado que Santiago, el
carrero, se pudre en la cárcel tan sólo porque le hizo ver al amo que la manta
que nos venden en la tienda de raya, además de ser mala, es cara?
TERCER PEÓN Pero sin ir muy lejos, ¿qué tantos días hace
que Gregorio, el guadañero, fue enviado de recluta al cuartel, tan sólo porque
no faltó quien le diera aviso al amo de que él andaba diciendo que se nos hace
trabajar como machos y se nos da de comer como perros?
CUARTO PEÓN ¡Queremos justicia!
QUINTO PEÓN ¡Queremos tierra para trabajar por nuestra
cuenta!
DON BENITO (Aparte.) Tierra para trabajar por cuenta de
ellos, y entonces ¿quién trabajará para el amo, para el Gobierno y para mí? (A todos.)
Hijos míos: Dios, grande y misericordioso, os puso en la Tierra para ver si
erais fuertes para soportar todas las miserias de este valle de lágrimas y
llevaros después a su seno. Mientras más sufráis aquí, más probabilidades
tendréis de subir al cielo. (Aparte.) Ganas me dan de reír con tanta mentira:
¡si supieran estos idiotas que no hay cielo, habían de querer gozar aquí, y
entonces los arruinados seríamos los que no sabemos trabajar! (A todos.) No
ambicionéis los bienes de esta Tierra. El amo, los ricos todos, son los
administradores de la riqueza en beneficio vuestro. ¿Qué haríais sin los ricos?
Quién os pagaría vuestros salarios? (Con énfasis.) ¡Os morirías de hambre!
MARCOS (Con enfado.) ¡Se morirían de hambre solamente los
que no quisieran trabajar!
DON BENITO (Colérico.) ¿Qué es lo que dices, insensato?
MARCOS (Con firmeza.) Lo que oyes, ¡impostor!
DON BENITO (Temblando de ira.) ¡Estás excomulgado! ¡El
Infierno te espera! (Aparte.) A este hay que hacerlo desaparecer.
MARCOS ¿El Infierno? ¿Habrá un Infierno peor que el que
sufre el pobre? Si hubiera un Infierno, él estaría repleto, no de miserables
como yo, sino de bribones como tú, que atan con el miedo la mano del pobre para
que no la levante contra sus verdugos.
MARCOS (Disimulando su cólera) Dios me dice que tenga yo
piedad para los pecadores. Así es que yo te perdono, Marcos. (Aparte.)
Perdonarlo, ¡un demonio! Ya verá lo que se le espera. (A todos.) Hijos míos, ya
es muy tarde y tengo que retirarme a mi lecho. (Consultando su reloj.) ¡Ave
María Purísima!: son las diez de la noche. (Aparte.) En cinco minutos me pongo
al habla con el oficial del destacamento y a ver si no se ablanda el tal
Marcos. (A todos.) Quedad con Dios, hijos míos. Buenas noches. (Nadie le saluda;
se dirige a la puerta.) (Aparte.) La gente ya no teme a Dios; ¡el reinado de la
injusticia está por desplomarse! (Sale.)
ROSA (Abrazando efusivamente a Marcos.) Marcos mío, ¡qué
orgullosa estoy de ti!
MARCOS (Radiante.) ¡Mueran los ricos!
TODOS (A una voz) ¡Mueran! (Se acercan a Marcos y le
abrazan)
MARCOS ¡A las armas, hermanos, a tomar lo que nos
pertenece! ¡Viva la Revolución Social!
TODOS (A una voz.) ¡Viva!
OFICIAL (Desde afuera, dando golpes con el pomo de la
espada.) (Con voz de trueno.) ¡Abrid esta puerta en nombre de la justicia!
MARCOS (Indignado.) ¡El fraile nos ha denunciado!
OFICIAL (Desde afuera.) (Con voz de trueno.) ¡Abrid en
nombre de la justicia, o echo abajo esta puerta! (Da repetidos golpes con el
pomo de la espada.) ¡Soldados: echad la puerta abajo a culatazos....! (Se
escucha el estrépito de los culatazos acompañado de gritos de ¡mueran los
bandidos! ¡Viva el Supremo Gobierno!)
MARCOS Compañeros: si alguna víctima tiene que haber,
¡que sea yo esa víctima! Me echaré toda la responsabilidad.
ROSA (Con vehemencia.) ¡Y yo también! (Se coloca al lado
de Marcos.) (La puerta cae, y entran precipitadamente el oficial y diez
soldados apuntando con sus fusiles.)
OFICIAL (Con voz de trueno.) ¡Rendíos, bandidos! Aquí se
conspira contra la Ley y el orden. (Aparte.) De esta hecha el Gobierno me hace
coronel. (Se adelanta hacia Marcos y, poniéndole la punta de la espada en el
pecho, le grita:) ¡Ríndete, pelado!
MARCOS (Aparta rápidamente la espada de su pecho, al
mismo tiempo que saca un puñal que lleva oculto debajo de la camisa y asesta
una puñalada al oficial en el corazón.) (Con energía.) ¡Toma! (El oficial cae
muerto a sus pies: los soldados, asombrados, descansan las armas.) En nombre de
la Ley venías a aprenderme; pues bien, ¡en nombre de la Justicia me defiendo!
(A los soldados, con tono solemne.) He muerto a vuestro verdugo: ¿os atreveréis
a prender a vuestro hermano? (Se da un golpe con el puño en el pecho) Vosotros
sois pobre como nosotros, y al apoyar con vuestros fusiles al Gobierno, apoyáis
al que nos hace desgraciados a nosotros y a vosotros mismos. Vuestras familias
están en la miseria, sufren hambre, desnudez y opresión, y vosotros, con
vuestros fusiles, sostenéis a los que causan el sufrimiento de los vuestros, de
la carne de vuestra carne y sangre de vuestra sangre. (Con vehemencia.) El
soldado es el verdugo de sus propios padres, hermanos e hijos. Acordaos de que
sois hombres y uníos a nosotros para derribar la opresión de la maldita
trilogía que hace desgraciado al ser humano: ¡el burgués, el clérigo y el
gobernante!
SOLDADOS (A una voz.) ¡Viva la Revolución!
TODOS (A una voz.) ¡Viva! (Se abrazan soldados y
paisanos.)
MARCOS Compañeros: no hay que perder tiempo. La hora de
la libertad de los esclavos ha sonado. Que cada quien llame de puerta en puerta
anunciando la buena nueva para que se nos unan todos los que tengan corazón, y
en seguida a rescatar a Juan y a Marta, y a tomar, por último, posesión de la
hacienda para el beneficio de los trabajadores. ¡Adelante! (Se dirige a la
puerta y sale acompañado de Rosa, que ha tomado al niño de la cuna.)
TODOS (Dirigiéndose a puerta y saliendo.) (A una voz.)
¡Mueran los ricos! ¡Mueran los frailes! ¡Mueran los gobiernos! ¡Viva Tierra y
Libertad!
ACTO TERCERO
La decoración representa dos calabozos, separados por una
pared que divide en dos partes el escenario. Un petate y un jarro en cada uno
de los calabozos
ESCENA ÚNICA
JUAN, MARTA, DON JULIÁN, DON BENITO, CARCELERO, MARCOS,
ROSA, RAMÓN, TERESA, CAMPESINOS DE AMBOS SEXOS Y DISTINTAS EDADES.
MARTA (En el calabozo de la derecha; sentada en el
petate.) (Suspirando.) ¿Dónde estará Juan? (Pausa.) ¿Lo habrá matado la
Acordada? (Se levanta presa de gran excitación.) (Gritando.) ¡Asesinos!
¡Malvados! ¡Infames! (Se retuerce los brazos con desesperación y se tira al fin
en el petate, escondiendo el rostro entre las manos.)
JUAN (Pasea por su calabozo; se detiene.) ¿Qué habrá sido
de mi Marta? ¿Se habrá rendido a los apetitos del amo? (Con desesperación) ¡Ah,
me vuelvo loco! (Se pasea.)
MARTA (Incorporándose.) ¡Si siquiera me fuera concedido
el ver a mi Juan por última vez. ...! (Solloza.) (Permanece sentada con la cara
sobre las rodillas.)
JUAN (Se detiene) (Llevándose las manos a la cabeza.) ¡Mi
cabeza va a estallar! (Se arroja sobre el petate y permanece inmóvil,
recostado.)
MARTA (Alarga la mano al jarro y bebe; coloca el jarro en
su lugar.) (Con amargura.) ¡Cuán desgraciados somos los pobres! ¡No somos ni
dueños de nuestros cuerpos! (Ruido de cerrojos procede de la puerta; se tira
sobre el petate y finge estar dormida.)
CARCELERO (Abre la puerta y aparece blandiendo un garrote
en la mano, sujetado por una correa; se acerca a Marta.) (Con voz imperiosa.)
¿Duermes? (Marta no se mueve; la agita con la punta del garrote.) ¡Despierta,
marrana!
MARTA (Quejándose.) ¡Ay, sufro mucho!
CARCELERO Eso te enseñará a respetar a tus amos.
¡Imbécil!
MARTA (Incorporándose.) Yo respeto a todos; pero el amo
no me respeta a mí.
CARCELERO (Irritado.) ¿Y quién eres tú para que el amo te
respete? ¡Una pelada!
MARTA (Con firmeza.) Soy un ser humano; soy una mujer.
¿Qué sentiría usted si en mi lugar estuviera la madre que lo trajo en el seno?
CARCELERO (Con impaciencia.) ¡Ea, basta de filosofías! Lo
que debes hacer es acceder o lo que el amo te pida.
MARTA Sería usted capaz de entregar a las caricias del
amo la mujer que usted amase?
CARCELERO (Irritado.) ¡Basta! No vengo a que me
confieses, ¿lo oyes? Hace dos horas que se llevaron al bruto de tu marido,
atado codo con codo a la ciudad... y ya lo sabes, por el camino... (tose) por
el camino ... (tose y sonríe burlonamente) por el camino le atacará la sed ....
Y como a los empleados del Gobierno se nos parte el corazón al ver sufrir al prójimo...
pues, le darán su "agua". ¡Ja, Ja, Ja!
MARTA (Se pone en pie horrorizada.) (Grita.) ¡Es una
infamia! ¡Eso no puede ser así! ¡Traedme a mi Juan o matadme a mí con él!
CARCELERO (Palmeándole la espalda.) (Paternal.) Calma,
chiquilla, calma. Aún es tiempo de que te devuelvan a tu Juan. Se puede ordenar
por teléfono a los lugares por donde va a pasar con la escolta, que lo
regresen, y lo volverás a tener contigo. (Palmeándole la espalda con
zalamería.) Tontuela! En tus manos está la vida de Juan. Entrégate al amo.
MARTA (Se aparata asqueada del carcelero.) (Con
resolución.) ¡Eso nunca! ¡Primero muerta que ofender a Juan! ¡Ah, Juan mío,
estoy segura de que preferirías morir, mejor que verme en los brazos del amo!
(Llevándose ambas manos a las sienes.) ¡Cuánto sufro! (Se tira sobre el
petate.)
CARCELERO (Encogiéndose de hombros.) Bueno, ya lo sabes.
De ti depende ahora. (Escupe con desprecio y sale; se oye ruido de cerrojos.)
JUAN (Incorporándose.) Si siquiera supiera yo cómo está Marta...
¡Pobrecita! ¡Qué gran corazón el suyo! ¡Compartir los golpes conmigo...! (Se
pone en pie y reanuda sus paseos.) (Palpándose el cuerpo.) ¡Cuánto me duele el
cuerpo a pesar de lo acostumbrado que estoy al maltrato desde niño! ¿Cuánto no
sufrirá ella? ¡Infames! ¡Cobardes! (Se escucha ruido de cerrojos; reanuda sus
paseos.)
CARCELERO (Abre la puerta y aparece blandiendo en la mano
un garrote, sujetado por una correa. Juan continúa sus paseos sin fijar su
atención en el visitante. El carcelero le da un terrible garrotazo por el
espalda, que lo tiende boca abajo; en seguida lo hace levantarse a puntapiés.)
¡Levántate, perro!
JUAN (Levantando y cayendo alternativamente a los
puntapiés.) (Quejumbroso.) No me pe... fue su merced. Estoy... ren...di...do.
(Logra ponerse en pie.) No le pegue usted a un hombre indefenso. Mire que soy
un hombre inofensivo.
CARCELERO (Con sarcasmo.) Sí, muy inofensivo, tan
inofensivo el angelito que si se le dejara aletear acabaría por comerse todos
los novillos del amo.
JUAN (Con desesperación.) ¡Soy inocente!
CARCELERO (Irritado.) ¿Inocente dices? (Con desprecio.)
¡Bah, ningún inocente cae en las manos de la Justicia! Mira al amo, al señor
cura, a todos los hombres de bien, a los empleados del Gobierno, ¿cuándo pone
la Ley la mano sobre ellos? (Con énfasis.) ¡La espada de la Justicia no cae
sobre los hombres honrados! (Con petulancia.) ¡Mírame a mí!
JUAN (Con desesperación.) ¡Soy inocente! ¡Soy inocente!
¡Mi crimen es estar unido a una mujer bonita!
CARCELERO (Con desprecio.) Tu mujer, ¡bah, una perdida!
JUAN (Jadeante.) ¿Qué dice usted de mi Marta?
CARCELERO (Con sorna.) ¡Y se atreve el Juan Lanas a
llamarla (subrayando) su Mar-ta! ¿Sabes lo que está haciendo (subrayando) tu
Mar-ta mientras tú, ¡idiota!, te encuentras aquí?
JUAN (Con desesperación.) ¿Qué? ¿Qué? ¡Hable usted, por
favor, que me vuelvo loco!
CARCELERO (Con sorna.) Se está divirtiendo con los
soldados... ¡Ja, ja, ja!
JUAN (Llevándose las manos a las siendes y bamboleándose
como un borracho.) (Con amargura.) ¿Qué es lo que oigo? ¡Ah, me siento morir!
¡Mi corazón llora sangre! (Solloza convulsivamente.)
CARCELERO (Sonriendo aparte.) Parece que traga el
anzuelo. (Frotándose los manos con satisfacción.) Si gano a Marta para el amo,
me hará Jefe político. (A Juan, palmeándole compasivamente la espalda.) No
llores, tonto, no te aflijas. ¡Hay tantas mujeres en el mundo! Abandona a
Marta, que no merece que te sacrifiques por ella. (Se escucha de la parte de
afuera algazara de gente ebria, risas de hombres y mujeres; después, varias
voces cantan: "Estando, estando amarrando un gallo, se me re, se me
reventó el cordón" interrumpiendo la canción explosiones de risas,
alaridos y gritos destemplados. Cesa el ruido.) ¿Oyes? Allí está Marta.
(Aparte, sonriendo y frotándose la mano con satisfacción.) Me hará Jefe
político, me harán Gobernador
JUAN (Suplicante.) ¡Ah, déjeme usted solo, por favor!
¡Soy muy desgraciado! Ha perdido mi tesoro, ¡el amor de Marta! (Solloza.)
CARCELERO (Compasivo, palmeándole la espalda.) No te
aflijas, Juan. (Aparte.) ¿Quién pudiera asegurar que nunca llegaré a ser
Presidente de la República? Primero, Jefe político; después, Gobernador; de
allí, al Senado, al Ministerio, y, por fin, me veré ocupando la Silla
presidencial. ¿Quién me toserá entonces? Gobernaré con mano de hierro. (Exaltado.)
¡Sí, mano de hierro necesita la plebe para que no se abalance sobre las
personas honradas! ¡Malditos pelados! ¿Qué sería de los bienes de los ricos si
no hubiera autoridad? (A Juan.) No te aflijas. Mira: estás hablando con un
hombre honrado y de buen corazón, que te va a dar un consejo para tu bien:
abandona a Marta.
JUAN ¡Ah, me siento desfallecer! (Se arroja sobre el
petate y queda inmóvil.)
CARCELERO Piénsalo bien, Juan. (Dirigiéndose a la puerta.
Aparte.) ¡La va a abandonar! ¡Mi carrera política está asegurada! (Sale,
cerrando tras de sí la puerta; se oye ruido de cerrojos.)
MARTA (Incorporándose.) Si me muriera, ¡qué felicidad!
(Se oye ruido de cerrojos.)
CARCELERO (Se abre la puerta y aparece el carcelero
seguido de don Benito.) (Mostrándola a don Benito.) Está despierta. Me retiro,
señor cura, para que pueda usted entregarse en paz a las sagradas funciones de
su ministerio. (Se inclina; le besa la mano y sale.)
DON BENITO (Acercándose a Marta.) (Paternal.) Buenas
noches, hija mía.
MARTA (Con tristeza.) Buenas noches, señor cura.
DON BENITO (Con hipocresía.) Comprendiendo que sufres,
vengo a consolarte. (Poniendo en alto los ojos.) Dios misericordioso, apiádate
de tus ovejas; pasa tu mano divina por el corazón de los tristes, para que en
ellos renazca la esperanza. Ilumíname para que pueda dar consuela a esta
desgraciada. (Posa las manos con dulzura en la cabeza inclinada de Marta.)
MARTA (Con amargura.) ¡Cuánto sufro!
DON BENITO (Aparte, sonriendo.) Tanto mejor; con más
facilidad conseguiré mi objeto. (A ella.) Resígnate, hija mía, a saber lo peor.
MARTA (Poniéndose en pie precipitadamente.) (Jadeante.) ¿Es
que ya mataron a Juan?
DON BENITO (Acariciándola las mejillas.) No, no quiero
decir eso. Simplemente que es bueno que estés preparada para lo peor. El delito
de Juan es grave, gravísimo. Ha ofendido grandemente a Dios, que en su
sabiduría divina ordenó: no hurtarás!
MARTA (Con desesperación.) ¡Juan es inocente! ¡Juan es
inocente!
DON BENITO (Con convicción.) Juan es culpable, hija mía.
Su crimen es de los que Dios Nuestro Señor castiga con las eternas llamas del
Infierno, y el gobierno de la Tierra con la pena de muerte. Juan va a morir...
MARTA (Interrumpiéndole con viveza.) ¡Señor! ¡Señor:
daría mi vida con tal de salvar a Juan! (Cae de rodillas; se abraza a las
piernas de don Benito y solloza convulsivamente.)
DON BENITO (Con sonrisa de triunfo.) (Aparte.) ¡Veo un
obispado en perspectiva! (A ella.) Juan fue entregado ya a la Acordada, y a
estas horas debe estar ya a punto de sufrir la pena de la ley humana, para ir a
recibir después el castigo de Dios, que es todo misericordia. (Sonriendo,
aparte) ¡Valiente misericordia esa de achicharrarlo a uno por toda una
eternidad! ¡Por fortuna estos idiotas no razonan! (A ella.) Resígnate y reza
por su alma.
MARTA (Levantando los brazos hacia don Benito.) (Con
desesperación.) Sálveme usted a mi Juan, señor cura, sálvemelo usted. ¡Ah, me
muero de angustia! ¿Qué haré para salvarlo? ¿Qué haré? (Permanece de rodillas,
sollozando, con el rostro escondido entre las manos.)
DON BENITO (Aparte.) Este es el momento, Benito;
aprovéchalo o adiós mitra. (A ella.) Pídele perdón al amo y... (Pausa.)
MARTA (Levantando la cabeza.) (Con viveza.) ¿Y qué?
DON BENITO (Lentamente.) Y si te acaricia, acarícialo
también.
MARTA (Levantándose indignada.) ¡Eso, nunca! ¡Eso, nunca!
(Se retuerce los brazos presa de grande agitación.)
DON BENITO Entonces, ¡sobre tu cabeza pesará el cadáver
de Juan y el remordimiento roerá tu corazón hasta la muerte! En estos momentos
Juan marcha en medio de la escolta. ¡Imagínatelo! ¡Imagínatelo! Sus custodios
van a caballo, alegres como quien va a un paseo. ¡Como que van cumpliendo con
su deber de velar por los intereses sagrados de la sociedad! Él, a pie, los
codos atados, rendido de fatiga, pensando en ti... (Exaltándose) ¡Pensando en
ti, en la egoísta que no es capaz de sacrificarse por salvarlo de la muerte!
(Insinuoso.) ¿Lo ves? ¡Cuán grande es su fatiga!; retarda el paso; ya no puede
caminar más; de su rostro brota el sudor copiosamente... ¡con la punta del
sable le rascan los riñones, y aviva el paso! ¿Lo ves? ¿Lo ves? En su mente
lleva una imagen: eres tú, a quien adora! (Marta solloza convulsivamente.) Ya
casi no puede dar paso. ¿Lo ves? Acaba de caer y a sablazos lo hacen
levantarse. "¡Oh Marta, Marta, sálvame!" grita en su dolor. No puede
más; se tira al suelo... y una bala fin a sus torturas......
MARTA (Con desesperación) ¡Ah, soy del amo! ¡Me entregaré
al amo! ¡Que me devuelvan a mi Juan! (Se tira sollozando sobre el petate)
DON BENITO (Aparte, sonriendo y frotándose las manos.)
¡Me he ganado la mitra! ¡Seré obispo! ¡Bendito sea Dios! ¡Aleluya! ¡Aleluya! (A
ella.) Corro a dar la noticia al amo, para que por teléfono se avise a la
autoridad que devuelvan a Juan. ¡Dios quiera que no sea demasiado tardío tu
sacrificio! (Aparte, sonriendo.) ¡Si supiera la estúpida que no la separa de
Juan más que esta pared! (Tocándose la frente con la punta del índice) ¡Para
ingenio, sólo un ministro del Señor! (Dirigiéndose a la puerta.) Ahora, a ver
qué se huele por la casa de Marcos. (Sale.)
CARCELERO (Asomando la cabeza.) (Aparte.) Parece que
duerme. Ya daré mi vuelta. (Se retira haciendo sonar el cerrojo.)
JUAN (Incorporándose.) ¡Qué dulce sería morir!
MARTA (Incorporándose.) ¿Cuándo romperá el esclavo sus
cadenas?
JUAN ¡Siento que no sobreviviré mi dolor! (Se deja caer
sobre el petate.)
MARTA Si fueran veneno mis caricias con qué gusto se las
prodigaría al amo... (Se deja caer sobre el petate.) (Rumor de cerrojo en la
puerta.)
DON JULIÁN (Entra y cierra la puerta tras de sí.)
(Aparte.) ¿Será verdad lo que me dice el curilla? (A ella.) Buenas noches,
Marta. (Marta no contesta.) Debe estar dormida la piojosa. (Se acerca a ella,
se sienta en el petate y la rodea el talle con el brazo.) (Con fingida
dulzura.) Despierta, amor mío, despierta, que aquí está el que daría toda su
fortuna por tu amor. Ya di orden a la autoridad de que pongan libre a ese
testarudo de Juan. ¿Qué otra prueba quieres de mi amor?
MARTA (Incorporándose.) (Suplicante.) Tenga usted
compasión de mí; no añada usted el aguijón de su burla a mi inmenso dolor.
Usted no siente amor por mí. (Con energía.) Tú sientes el apetito de la bestia:
¡sácialo, monstruo! El amor no puede residir en tu corazón, ¿o es que hay
perfume en el lodo? (Como soñado.) El amor es la sonrisa de la vida; el amor es
luz que baña el corazón con claridades de aurora. (Exaltándose.) El apetito
serpea por los senderos tortuosos del crimen para conseguir su objeto: el amor
no se arrastra: ¡tiene alas! (Se deja caer sobre el petate.)
DON JULIÁN (Enardecido.) Como quiera que sea, vas a ser
mía. Que me arrastro... Si fueras de mi clase, no me arrastraría; ¡pero eres
tan baja, que por fuerza tengo que arrastrarme!
MARTA (Incorporándose.) (Con viveza.) Abusa de tu fuerza,
tirano, mientras suena la hora de la venganza. (Con desesperación.) ¡Soy tuya!
¡Devórame! (Se deja caer sobre el petate; don Julián la abraza y la besa con
ardor; pero al mismo tiempo se escucha el canto de La Marsellesa Anarquista,
entonado por hombres, mujeres y niños, mezclado con vocerío, disparos de
fusilería y fragor de combate):
"A la revuelta, proletario,
"Ya brilla el día de la redención;
"Que el sublime ideal libertario
"Sea el norte de la rebelión.
(Se repite este verso.)
"Dignifiquemos del hombre la vida
"En un nuevo organismo social,
"Destruyendo las causas del mal
"De esta vil sociedad maldecida.
"Obreros, ¡a luchar!
"¡A la revolución!
"Con decisión
"A conquistar
"Nuestra emancipación."
DON JULIÁN (Poniéndose en pie con viveza al comenzar el
canto y el rumor de combate.) (Lo mismo hacen Marta y Juan.) (Alarmado.) ¿Qué
oigo? ¿Qué significa eso?
MARTA (Con exaltación.) ¡Esto significa que la plebe
rompe sus cadenas!
JUAN ¿Habrá llegado el día santo de la venganza? (Se
pasea nervioso.)
CARCELERO (Entra precipitadamente al calabozo de Marta.)
(Temblando de miedo, a don Julián.) ¡Señor, estamos perdidos! ¡La peonada se ha
rebelado! ¡Algunos soldados han hecho causa común con la plebe!
DON JULIÁN (Alarmado.) ¿Y qué quiere esa canalla?
CARCELERO ¡Tierra y Libertad! (El carcelero y don Julián
quedan anonadados. Marta está radiante de entusiasmo.)
JUAN (Se detiene.) Momento suspirado, ¡al fin llegaste!
(Reanuda su paseo.)
MARTA (Gritando.) Rebelión, ¡bendita seas!
DON JULIÁN (Azorado.) ¡Huyamos!
CARCELERO (Con desconsuelo.) Es inútil; la cárcel está
sitiada por los rebeldes. Toda salida está cortada. Los leales se baten con
valor por el Supremo Gobierno y los sagrados intereses de la sociedad; pero los
bandidos son más que ellos. ¡Estamos perdidos!
DON JULIÁN (Azorado.) Sin embargo, probemos a huir.
CARCELERO (Sombrío) No nos queda más salida que la del
cementerio. ¡El reinado de la injusticia termino!
MARCOS (Se oye ruido de cerrojos en la puerta del
calabozo de Juan; entra Marcos acompañado de Rosa, Ramón, Teresa y de algunos
campesinos de ambos sexos y diferentes edades, armados con fusiles, azadones,
guadañas, hoces, pistolas y garrotes. Uno de los campesinos porta una bandera
roja, que ostenta en letras blancas esta inscripción: Tierra y Libertad.)
(Echándose en brazos de Juan.) Hermano, estás libre en nombre de la Revolución.
Ahora, vamos a libertar a Marta.
JUAN (Asombrado.) ¡Cómo! ¿Está presa Marta?
MARCOS Todo el tiempo ha permanecido en su calabozo como
tú.
JUAN (Con exaltación.) ¡Ah, qué feliz soy! ¡El carcelero
mintió para que yo repudiara a Marta! ¡Vamos a libertarla! (Salen Juan y Marcos
seguidos de los demás.)
CARCELERO (Asomándose a la puerta.) (Temblando.) Ya se
acercan los rebeldes.
DON JULIÁN (Buscando en vano un refugio en el calabozo.)
¡Piedad! ¡Piedad! (Aparecen Marcos, Juan, Rosa, Ramón, Teresa y los demás que
entraron el calabozo de Juan. Unos campesinos hacen caminar a don Benito a
empellones, atado por los codos.)
JUAN (Echándose en brazos de Marta.) (Con dulzura.)
¡Marta mía!
MARTA (Con dulzura.) ¡Mi Juan! (Permanecen abrazados.)
MARCOS (Dirigiéndose al carcelero, don Julián y don
Benito.) (Solemne.) ¡Tiranos: por siglos y siglos habéis chupado nuestra
sangre! Las lágrimas que nos habéis hecho derramar bastarían para ahogaros. El
pueblo ha esperado paciente la llegada de un Mesías que lo salvase: pero todos
los Mesías han resultado traidores a la causa de la humanidad. Es que el pueblo
os había dejado con vida y con vosotros las instituciones que representáis.
Ahora es distinto. Vais a morir, y con vosotros morirán la Autoridad, el
Capital y la Iglesia, los tres verdugos de la especie humana. De hoy en
adelante no habrá un hombre que se atreva a hacerse obedecer; no habrá un
hombre que explote el trabajo de otro hombre; no habrá embaucadores que entre
la justicia popular y el crimen enciendan las llamas del Infierno para proteger
al de arriba de la rebeldía del de abajo. (A los revolucionarios.) Compañeros:
que se cumpla la justicia social. Cortémosle la cabeza a la hidra y tomemos
posesión para el beneficio común de todo cuanto existe. ¡Viva Tierra y
Libertad!
TODOS (A una voz.) ¡Viva! (Se apodera de los prisioneros
y los conducen fuera del calabozo atado codo con codo.) (Salen todos.)
ACTO CUARTO
La decoración representa un campo a orillas de un caserío
compuesto de jacales. Grupos diseminados de campesinos y campesinas de
diferentes edades, sentados en sarapes, forman ruedos, en los que se come y se
bebe alegremente. Campesinos y campesinas circulan por todas partes, mostrando
gran regocijo en sus actitudes. Niños jugueteando. En lugar prominente, la
bandera roja con la inscripción "Tierra y Libertad" en letras
blancas. Armas en pabellón mezcladas con instrumentos de labranza.
ESCENA PREMIER
JUAN, MARTA, MARCOS, ROSA, RAMÓN, TERESA, CENTINELA
MARCOS (Juan, Marta, Marcos, Rosa, Ramón, Teresa y otros
forman parte de uno de los grupos.) (Sonriente.) Hace veinticuatro horas
solamente que ese viejo sol tostaba los lomos del rebaño, y hoy besa las
frentes de hombres libres. Todavía ayer no éramos dueños de un terrón donde
reclinar la cabeza; hoy todo es nuestro.
RAMÓN (Entusiasmado.) A ti te lo debemos todo, Marcos.
Compañeros: un aplauso para Marcos. (Muchos de los que andan paseando y aun de
los que forman grupos se acercan)
MARCOS (Con viveza y dignidad.) ¡Alto ahí! Nada me
debéis. Aquí cada quien ha querido ser libre, y para ser libre ha tenido
necesidad de luchar por la libertad de los demás, pues no se puede ser libre
cuando los demás son esclavos. De manera que todos somos acreedores y deudores
a la vez. No comencemos, compañeros, por hacer caudillos para que mañana se
conviertan en tiranos. Cuando se hace creer a un hombre que a él se le debe la
libertad de un pueblo, ese hombre llega a creerse superior a los demás.
ROSA (Animada.) ¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplaudámonos todos;
felicitémonos todos, que a todos y a cada uno de nosotros se debe el que en
este hermoso día podamos celebrar la fiesta de los hermanos, de los iguales y
de los libres.
TERESA Todo lo que decís está muy bien dicho; pero si
Marcos no nos hubiera persuadido de la inutilidad de pedir justicia a nuestros
tiranos, estaríamos esperando y continuaríamos esperando, por siglos, que nos
viniera de lo alto un jirón de libertad, un guiñapo de justicia o una migaja de
pan, cuando no hemos hecho más que decidirnos a alargar la mano para ser libres
y dueños de la riqueza social.
MARCOS Compañeros: la experiencia adquirida en estas
últimas veinticuatro horas, nos enseña cuán sabia en la máxima que dice que
"la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores
mismos." ¡Si los trabajadores de las ciudades hicieran lo mismo que nosotros...!
Pero no; manejados por políticos astutos, ellos han encomendado al Gobierno la
tarea de emanciparlos, que es como encomendar al lobo la guarda del cordero.
Ahora, hermanos, a trabajar la tierra para nuestro beneficio exclusivo, pero
sin abandonar el fusil. El enemigo no duerme; en la ciudad se conspira contra
la revolución de los campesinos.
ROSA (Con entusiasmo.) ¡Si compañeros, alerta! Los
obreros de las ciudades, desconociendo la solidaridad que debe existir entre
todos los explotados, han hecho causa común con los partidos políticos y están
contra nosotros. Ellos esperan que un gobierno los emancipe. ¡Pobres hermanos
descarriados! ¿Qué gobierno ha beneficiado al pobre? ¡El Gobierno, todo
gobierno, tiene que ser el verdugo del trabajador y el ángel guardián del
burgués! ¡Muera todo gobierno!
TODOS (A una voz.) ¡Muera!
CENTINELA (Entrando precipitadamente por la derecha.)
(Agitado.) ¡El enemigo se acerca al cañón de La Quemada.
TODOS ¡A las armas! ¡Viva Tierra y Libertad! (Toman las
armas y la bandera roja, al mismo tiempo que entonan la segunda estrofa de la
Marsellesa Anarquista)
"No más al amo gobernante
"Por vil salario queremos servir;
"Ya no más la limosna humillante,
"Ya no más suplicar ni pedir.
(Se repite este verso)
"Que al pedir pan, por hambre acosado,
"El proletario, con impotente voz
"Le contesta, mortífero y feroz,
"El fusil del verdugo uniformado.
"Obreros, ¡a luchar!
"¡A la revolución!
"Con decisión
"A conquistar
"Nuestra emancipación."
(Salen cantando, por la derecha, dando muestras de grande
entusiasmo y ardor combativo.) (Cambia la decoración.)
La decoración representa el despacho de un gran
personaje.
ESCENA SEGUNDA
MINISTRO, SEÑORITA SOFÍA MERINDIETA, LÓPEZ, DELGADO,
MOZO, OBREROS
MINISTRO (Fumando un puro al lado de su escritorio;
consulta su reloj.) (Bostezando.) ¡Mal rayo parta a López! Son las once y
veinticinco minutos de la mañana, y no asoma todavía las narices. (Da sendas
fumadas a su puro.) Si no fueran tan útiles al capitalismo y al Gobierno estos
jefes obreros, les levantaría a la canasta, no les pagaría más sueldo. Pero
¿qué hacer sin ellos? Si se dejase a los trabajadores obrar por su propia iniciativa...
¡adiós, sistema capitalista! Mientras que teniendo jefes, nosotros nos
entendemos con esos jefes, y los jefes se encargan de adormecerlos. Sin jefes,
los obreros ya se habrían echado sobre la maquinaria para trabajar por su
cuenta, como los campesinos se están apoderando de las tierras para
independerse económicamente; pero los jefes se dan sus mañas para entretener
con reformas a esos zoquetes de obreros, y solamente así podemos lograr que no
se acabe de desplomar el sistema de la propiedad privada. (Se oye el sonido de
una campanilla eléctrica.) ¡Por fin llega ese maldecido de López! (Entra un
mozo con una charola, en la que hay una tarjeta; el ministro recoge la tarjeta
y lee aparte.) "Señorita Sofía Merindieta, Profesora Normalista". (Al
mozo.) ¡Que pasa! (Sale el mozo.) (Frotándose las manos.) Es guapa la
profesorcilla. (Entra la señorita Merindieta)
SEÑORITA MERINDIETA (Inclinándose) Buenos días, señor
Ministro.
MINISTRO (Levantase de su asiento y estrecha efusivamente
la mano de la visitante.) Buenos días, señorita. Sírvase usted sentarse. (Se
sientan en un sofá.) (Meloso.) Sírvase usted decirme en qué puedo sería útil.
SEÑORITA MERINDIETA Estoy en la miseria. Necesito un empleo
cualquiera. Mi familia se muere de hambre.
MINISTRO Ayer recibí la comunicación de usted solicitando
esta audiencia, y desde luego acordé recibirla hoy, pues nuestro deber de
gobernantes es atender con prontitud toda petición. (Con énfasis.) Para eso
estamos: para servir al pueblo.
SEÑORITA MERINDIETA Gracias, señor Ministro.
MINISTRO Pero tengo la pena de decir a usted que el
Gobierno está pasando por una crisis terrible. El país está infestado de
bandidos levantados en armas, que no respetan ni las propiedades ni las
personas y que amenazan destruir el orden de la sociedad, y los hombres del
Gobierno necesitamos hacer toda clase de economías, reducir los gastos hasta el
sacrificio, para poder hacer frente a la situación. Por tal razón, señorita,
tengo el dolor de manifestar a usted que, al menos por hoy, es imposible darla
a usted algún puesto. Más tarde, ya veremos. Tendré presente el nombre y la
dirección de usted para mandarla llamar.
SEÑORITA MERINDIETA (Dando muestras de un gran pesar.)
Señor, mi madre está en cama; mis hermanitos piden pan... (Solloza.)
MINISTRO (Sonriendo, aparte.) Tanto mejor, con más
facilidad aceptarás mis caricias. (A ella.) Se me parte el corazón ante tanto
sufrimiento. (Hipócritamente.) ¿Para qué le daría Dios a uno un corazón tan
sensible?
SEÑORITA MERINDIETA (Suplicante.) ¡Socórrame usted, señor
Ministro. Desde ayer no se prueba bocado en mi casa; mi madre no tiene
medicinas; los niños tienen frío y hambre... (Solloza.)
MINISTRO (Sonriendo, aparte.) ¡Será mía! (A ella.) ¡Por
el amor de Dios, que me mata usted con su pesar! (Ella solloza convulsivamente;
él la rodea el talle con el brazo; aparte) Tiene que caer, tiene que caer. Si
no hubiera dolor abajo, ¿de dónde sacaríamos nuestras queridas los de arriba?
(Se abre la puerta.)
MOZO ¡El señor López!
MINISTRO (Aparte.) ¡Mal rayo lo parta! (Al mozo.) Que
pase. (A ella.) Sírvase usted venir mañana a las once, que procuraré aliviar su
situación. ¡No ha tocado usted un corazón de roca! (Estrechándole efusivamente
la mano.) Hasta mañana.
SEÑORITA MERINDIETA (Con desesperación.) ¡Veinticuatro
horas más de agonía! (Sale sollozando.)
MINISTRO (Furioso.) ¡Qué inoportuno es el tal López! Diez
minutos más y... cae.
LÓPEZ (Entrando.) Buenos días, señor Ministro.
MINISTRO Buenos días, señor López. (Le estrecha la mano.)
Sírvase usted tomar asiento. (Se sientan.)
LÓPEZ Conforme a lo que acordamos ayer usted y yo, hablé
por la noche con los miembros de los sindicatos obreros. Se muestran muy
desconfiados, pues dicen que el pacto habido entre ellos y el Gobierno no les
ha producido una migaja más de pan, y en nada ha aminorado las horas de labor.
(Con solemnidad.) He podido notar síntomas de rebeldía, señor Ministro. Yo no
sé cómo ha podido escurrirse hasta los hogares proletarios el maldito periódico
que publican los renegados de California, el papelucho llamado REGENERACIÓN; el
caso es que lo he visto en más de un hogar y su influencia es desquiciadora,
porque mata en los obreros la fe en santones o jefes, y despierta en ellos el
deseo de apoderarse de la riqueza social, como el único medio para salir de la
miseria y de la tiranía. A mí no se me recibió tan bien como antes se hacía, ni
se me tuvo la confianza de costumbre. Yo no sé cómo han llegado a traslucir que
tengo sueldo para hablar del problema social de una manera que beneficie al
Gobierno.
MINISTRO Malos síntomas son ésos, señor López.
LÓPEZ Malísimos, señor Ministro. Ya no les gustan los
sindicatos. Dicen que los sindicatos no redimen al trabajador y quieren
entregarse, desde luego, a la expropiación de la riqueza social, como lo hacen
los trabajadores de los campos. Yo he tratado de convencerlos de que la
violencia no conduce a nada bueno, y que es por los medios pacíficos como los
trabajadores deben buscar su emancipación, sobre todo cuando se cuenta con un
gobierno amigo de los trabajadores.
MINISTRO ¡Bravo! ¡Bravo, señor López! Con jefes obreros
como usted, tendremos a nuestros pies a esos pelados.
LÓPEZ No quedaron muy conformes, y decidieron enviar una
comisión este día para recabar de usted una promesa de ayuda. ¡Ja, ja, ja! ¡Los
idiotas!
MINISTRO ¡Ja, ja, ja! ¡Tragan el anzuelo todavía esos
estúpidos! ¡El reinado de la explotación tiene algunos años más de vida! (Se
abre la puerta y aparece el mozo.)
MOZO (Dirigiéndose al Ministro.) Señor, unos obreros
desean hablar con usted.
MINISTRO Que pasen inmediatamente. (Sale el mozo.) Las
circunstancias lo forzan a uno a ser cómico. ¡Me da tanto asco el contacto de
la canalla...!
DELEGADO (Entran varios delegados obreros, que por la
torpeza de sus movimientos y lo forzado de sus actitudes, dejan adivinar la
turbación que les causa encontrarse en un medio distinto al suyo.) (Manoseando
su sombrero.) Buenos días, señor Ministro. (A López) Salud, compañero.
MINISTRO Buenos días, señores. (Se apresura a darles la
mano, que con disimulo se limpia después en la falda del saco.)
LÓPEZ Salud, compañeros. (Se ríe aparte.)
MINISTRO Sentaos, amigos míos. (Todos se sientan; unos se
rascan la cabeza, otras manosean sus sombreros y algunos no saben qué hacer de
sus pies y sus manos.) Estáis en vuestra casa. ¿A qué se debe el honor de haber
estrechado esas manos honradas?
DELEGADO (Turbado y manoseando su sombrero.) Pues... pues...
ya el señor aquí (designando a López y rascándose la cabeza)... digo, ya el
compañero López le habrá dado a usted un mediano detalle de lo que queremos los
obreros.
MINISTRO En efecto, ya el señor López me hablo de que
vendríais a verme para recabar del Gobierno, del cual tengo la honra de formar
parte, la seguridad de su apoyo. (Con énfasis.) El Gobierno está con vosotros,
nobles hijos del Trabajo. (Da palmaditas en las rodillas del delgado, para
limpiarse en seguida las manos en las faldas del saco.)
LÓPEZ Si, compañeros; acabo de tener una larga plática
con el señor Ministro. Le he expuesto vuestra situación, la miseria que sufrís
por lo escaso de los salarios de que disfrutáis, y el señor Ministro, con su
buen corazón, se ha dolido de vuestros sufrimientos y ha jurado poner a raya a
los capitalistas para aliviar vuestra situación; pero se tropieza con la
terrible dificultad de que encontrándose levantados en armos muchos bandidos,
no es posible poner en práctica las reformas que habrán de emancipar, al
trabajador, del yugo capitalista. Se necesita, compañeros, que deis todo
vuestro apoyo a la Revolución hecha gobierno para asegurar la paz y coadyuvar
en la grande obra de la reconstrucción nacional.
DELGADO Estamos listos a derramar la última gota de
nuestra sangre en defensa del Gobierno.
MINISTRO (Aparte.) ¡Se ensartaron! (A ellos.) No podía
esperarse otra cosa de los nobles hijos del taller, de los héroes esforzados de
la fábrica, de los campeones del martillo y de la escuadra, que estar al lado
de la Revolución hecha gobierno para vencer a los bandidos. (Solemne.) En
nombre de la Patria os saludo, soldados de la legalidad. La peonada de la
hacienda de La Purísima se levantó anoche en armas y cometió mil excesos; los
bandidos violaron mujeres, robaron, incendiaron, asesinaron, y llevaron su
audacia hasta el grado de declararse dueños de la hacienda. ¿Adónde va a dar la
sociedad con tales desmanes? Esos campesinos son vuestros peores enemigos,
porque con sus actos de salvajismo y su constante rebelión retardan el
advenimiento de la paz, los negocios se estancan, los salarios no pueden subir
y la nación se desprestigia en el extranjero.
LÓPEZ ¡Mueran los bandidos! (Los obreros se ponen de pie
y gritan: ¡mueran!) Compañeros: ¡a exterminar esas víboras que impiden que el
Gobierno ponga en práctica sus reformas redentoras! (Los obreros: ¡mueran los
bandidos!) ¡Volad a reunir a todos los compañeros! El comandante militar os
proveerá de armas y municiones, y marchad como hombres a vencer a la reacción.
Un tren especial os pondrá en tres horas en el lugar de los sucesos. ¡Viva la
Revolución Social! (Los obreros gritan: ¡viva! y, después de dar la mano al
Ministro y a López, salen precipitadamente de la oficina. Se cierra la puerta.
López y el Ministro se miran cara a cara y prorrumpen en una estruendosa
carcajada.)
MINISTRO (Limpiándose asqueado la mano.) Si no hubiera
idiotas, ¿qué sería de nosotros?
LÓPEZ (Con convicción.) Si no hubiera idiotas, tendríamos
que sudar para ganar el pan. Sin los trabajadores, que no tienen conciencia de
clase, tanto el burgués como el fraile, el gobernante y cuanto parásito vive
del sudor del pobre tendríamos que remangarnos los puños y entrarle al pico y a
la pala sí no queríamos perecer de hambre.
MINISTRO Por fortuna el número de los imbéciles es
infinito.
LÓPEZ Sí, pero están despertando. ¡Cuidado con dormirnos
nosotros! En fin, me marcho. Buenas tardes, señor Ministro. Mañana sabremos el
resultado del encuentro entre los trabajadores de la ciudad y los del campo.
¡Hermanos contra hermanos! ¡Bendita sea la ignorancia de las masas, que asegura
nuestra tranquilidad! (Da la mano al Ministro y sale.)
MINISTRO (Limpiándose asqueado la mano.) ¡Tener que darle
la mano a Judas!
(Cambia la decoración.)
La decoración representa un lugar montañoso. Por la
derecha, grandes peñascos forman un baluarte natural. Campesinos de ambos sexos
y diferentes edades yaces muertos en distintos lugares y principalmente al pie
de las grandes rocas de la derecha, donde se encuentra la masa principal de
defensores del baluarte, hombres y mujeres. Los niños despojan de su parque a
los muertos y lo entregan a los supervivientes. Algunos niños salen al campo
enemigo a despojar de su parque a los gobiernistas muertos, y regresan
trayéndolo en tompeates y cestas. La bandera roja, en lugar prominente. Tiroteo
general.
ESCENA TERCERA
JUAN, MARTA, MARCOS, ROSA, RAMÓN Y TERESA
MARCOS ¡Animo, compañeros! Práxedis nos dijo: "Vivir
para ser libres, o morir para dejar de ser esclavos." (Dispara su fusil.)
ROSA (Al lado de Marcos.) ¡Viva el Partido Liberal
Mexicano! (Todos contestan: ¡viva!) ¡Viva la Anarquía! (Todos contestan:
¡viva!) ¡Viva Tierra y Libertad! (Todos contestan: ¡viva!) (Cae muerta.)
MARCOS (Se inclina y coloca la cabeza de Rosa sobre sus
rodillas.) (Con tristeza.) ¡Está muerta! (La besa.) Ha dejado de ser esclava.
(La estrecha con ternura.) No son los tiranos quienes te han arrancado la vida,
Rosa mía. ¡Es un proletario el que te ha herido de muerte! El asesino es tu
hermano, ¡es Caín! Quisiste romper sus cadenas, y te ha pagado con la muerte.
¡Ah, qué infierno se le espera a ese esclavo inconsciente! Volverá a su hogar
triunfante, con las manos tintas en sangre de los suyos, de los de su clase;
pero sin un pedazo de pan para los niños que desfallecen de hambre. Entonces
comprenderá que te ha asesinado para asegurar a los ricos el bienestar y para
remachar sus propias cadenas. (Estrechándola.) Duerme, Rosa mía, duerme. Dentro
de pocos minutos estaré contigo. (La besa con ternura y la descansa suavemente
en tierra. Se levanta y continúa disparando su fusil. Del lado de afuera se
escuchan voces de "¡rendíos bandidos!" "¡Viva el Supremo Gobierno!"
Los defensores del baluarte entonan la tercera estrofa de La Marsellesa
Anarquista):
"Los privilegios de la burguesía
"Aniquilemos con brazo tenaz,
"Y los antros de la tiranía
"Sean pasto del fuego voraz.
(Se repite este verso)
"No quede en pie el Estado y sus leyes,
"Que siempre al pueblo feroz esclavizó
"Y la ignorancia caduca conservó
"Con sus patrias, sus dioses y sus reyes.
"Obreros, ¡a luchar!
"¡A la revolución!
"Con decisión
"A conquistar
"Nuestra emancipación"
(Van cayendo muertos los defensores.)
JUAN (Empuña la bandera roja y la hace ondear sobre el
parapeto.) (Dirigiéndose al enemigo.) Hermanos obreros de la cuidad: esta
bandera representa la sangre de todos los oprimidos del mundo. Ella tiene el
color de vuestra sangre y de nuestra sangre. ¡Uníos a nosotros, que somos
vuestros hermanos de clase, y luchemos juntos contra el enemigo común: el
burgués, el fraile, y el gobernante! ¡Viva Tierra y Libertad! (Los de afuera:
¡mueran los bandidos! Juan cae, herido, en los brazos de Marta.) ¡Me han
herido!
MARTA (Recostándolo en sus rodillas, le separa el pelo de
la frente.) ¡Asesinos! ¡Asesinos! (La besa la frente.) ¡Cada muerto de los
nuestros es un eslabón más que añadís a vuestras cadenas! (Se lleva las manos a
la cabeza.) ¡Estoy herida! (Cae.) (Los de afuera grita: ¡viva el Supremo
Gobierno! Los defensores responden: ¡muera!)
TERESA (Levanta la bandera roja y la agita) Morimos, pero
la idea que representa esta bandera no morirá. (Dirigiéndose al enemigo.)
Mañana, cuando la tiranía hiera con su espuela vuestros ijares, os acordaréis
de nosotros y el remordimiento roerá vuestros corazones. Entonces levantaréis
esta bandera que la muerte arranca de nuestras manos. (Cae muerta.)
RAMÓN (Se inclina y la besa.) Una víctima más de la
ferocidad burguesa. (Se levanta, dispara su fusil sobre el enemigo.) ¡Matadnos,
que la libertad necesita de la sangre de los buenos; pero también se nutre con
cabezas de tiranos. (Cae muerto.)
MARCOS ¡El enemigo avanza al asalto de nuestro baluarte!
Todos aquí, para recibirlo con una descarga cerrada. (Todos acuden al llamado y
preparan sus fusiles.) (Una voz de afuera: ¡rendíos!) ¡Fuego! (Todos disparan;
los de afuera contestan el fuego y todos los defensores del baluarte, con
excepción de Marcos, van cayendo muertos hasta quedar solo Marcos.) (Una voz de
afuera: ¡ríndete!) (Con energía.) ¡Un anarquista no se rinde! (Se oye un
disparo y cae herido. Se levanta vacilante.) Vosotros que sostenéis al crimen
deberíais rendiros a mí, que represento la justicia. Bebed mi sangre, ¡insensatos!,
y llevad mi corazón a vuestros hijos hambrientos para que lo devoren, porque
vuestros amos no les arrojarán ni un hueso de su festín. (De afuera: ¡ríndete
bandido!) (Viendo en torno suyo.) ¡Ah, todos muertos; pero mientras haya hambre
e injusticia, la Revolución continuará en pie! (Se desabrocha la camisa y posa
la mano sobre el pecho.) ¡Matadme! ¡Asesinad a vuestro hermano de clase, para
que vuestros verdugos sean felices! Dadme la muerte sin tardanza para que
volváis a la ciudad a recibir los puntapiés de vuestros amos como premio a
vuestra traición. ¡Viva Tierra y Libertad! (Una voz: ¡fuego! Se oye un disparo.
Cae muerto.)
TELÓN