Por Paul Feyerabend.
Al anarquismo que está
contra el orden establecido le gustaría destruir ese orden o evadirse de él.
Los anarquistas políticos están en contra de las instituciones políticas; los
anarquistas confesionales están, en algunos casos, contra todo el orden material,
probablemente porque ven el mundo como un dominio inferior del ser y quieren
mantener su vida lejos de su influencia. Ambos grupos tienen ideas dogmáticas
acerca de lo que es verdadero, bueno y valioso para la humanidad.
Por ejemplo, después de la
Ilustración, el anarquismo político estuvo marcado por la fe en la ciencia y en
la luz natural de la razón. Supóngase que ya no hay más límites: la luz natural
de la razón sabrá hasta donde se puede llegar. Supóngase que ya no hay métodos
de educación e instrucción: los hombres se educarán e instruirán a sí mismos.
Supóngase que ya no hay instituciones políticas: los hombres se reunirán en
grupos que reflejen sus tendencias naturales, convirtiéndose así en parte de
una vida armoniosa (no alienada).
Hasta cierto punto la fe en
la ciencia está justificada por el papel verdaderamente revolucionario que
desempeñó en los siglos XVII y XVIII. Los anarquistas predicaban la destrucción
y, mientras, los científicos rebatían por completo la imagen armónica del mundo
de siglos anteriores, superaban un "saber" estéril, transformaban las
condiciones sociales y conseguían ensamblar cada vez con mayor perfección los
elementos de un saber nuevo acerca de lo que es al mismo tiempo verdadero y
bueno para la humanidad.
En la actualidad esta
aceptación ingenua y, hasta cierto punto, infantil de la ciencia (que se puede
rastrear incluso en autores de izquierdas tan "progresistas" como
Althusser) se ha visto amenazada por dos descubrimientos; en primer lugar,
porque la ciencia ha pasado de ser una necesidad filosófica a convertirse en un
negocio, y, en segundo lugar, a causa de ciertos descubrimientos que afectan el
status de los hechos y de las teorías científicas. La ciencia del siglo XX ha
renunciado a toda pretensión filosófica y ha pasado a ser un gran negocio. Ya
no constituye una amenaza para la sociedad, sino que es uno de sus puntales más
firmes. Se dejan de lado todo tipo de consideraciones humanitarias, así como
cualquier idea de progreso que suponga algo más que una mera reforma local.
Tener un buen sueldo, estar en buenas relaciones con el jefe y con los colegas
con los que uno tiene que ver de una manera más directa: estos son los
objetivos primordiales de los hombres. Hormigas que ponen todo su empeño en
solucionar problemas insignificantes, pero que fuera de su ámbito de
competencia son incapaces de entender el nexo entre las cosas. Supongamos que
alguien da un gran paso hacia adelante: irremisiblemente se hará de ello una
estaca con la que someter a golpes a la humanidad.
Además, se ha podido
comprobar que la ciencia no proporciona ninguna prueba sólida y que tanto sus
teorías como sus aserciones de tipo practico son hipótesis que a menudo no solo
son parcialmente falsas, sino incluso totalmente erróneas, ya que hacen
afirmaciones sobre cosas que jamás han existido, De acuerdo a esta
interpretación, que procede de John Stuart Mill (en su “DE LA LIBERTAD”) y
cuyos representantes contemporáneos más relevantes son Karl Popper y Helmut
Spinner, la ciencia es un conjunto de alternativas rivales. La concepción
"reconocida" en un momento dado es aquella que aventaja a las demás,
ya sea debido a algún truco, ya sea debido a un mérito real...
Con su desagradable modelo
de educación y sus resultados indignos de confianza, la ciencia ha dejado de
ser un aliado de los anarquistas y se ha convertido en un problema. El
anarquismo epistemologico soluciona este problema en la medida en que supera
los elementos dogmáticos de las formas anteriores de anarquismo.
El anarquismo epistemológico
se diferencia tanto del escepticismo como del anarquismo político (o
confesional). Mientras que el escéptico o bien considera que todas las
opiniones son igualmente buenas o igualmente malas, o bien se abstiene de hacer
un juicio de este tipo, el anarquismo epistemológico no tiene inconveniente
alguno en pronunciarse a favor de las tesis más banales o insolentes. Mientras
que al anarquista político le gustaría acabar con una determinada forma de
vida, el anarquista epistemológico puede, incluso, llegar a defenderla, ya que
nunca permanece eternamente ni a favor ni en contra de ninguna institución ni
de ninguna ideología.
Sus objetivos pueden
permanecer invariables o bien cambiar, sea por efecto de una argumentación, sea
por aburrimiento o simplemente porque quiere impresionar. Con una determinada
meta a la vista, el anarquista puede intentar conseguirla él solo o con ayuda
de grupos organizados; en este empeño puede apelar a la razón o a la emoción,
puede decidirse por el uso o no de la violencia. Su pasatiempo favorito
consiste en confundir a los racionalistas inventando los argumentos más
imponentes para las doctrinas más disparatadas. No hay opinión alguna, por
"absurda" o "inmoral" que parezca, que el anarquista no
tome en consideración y no tenga en cuenta a la hora de actuar, ni ningún
método que considere imprescindible. Lo único que el anarquista rechaza de
lleno son las normas generales, las leyes universales, las concepciones
absolutas acerca, por ejemplo, de la "Verdad", la
"Justicia", la "Integridad" y las conductas que estas
actitudes conllevan, aunque no niega que a menudo es una buena táctica el
comportarse como si hubiera tales leyes (tales normas, tales concepciones) y
uno creyera en ellas. Quizá reproche al anarquista confesional su rechazo de la
ciencia, del sentido común y del mundo material que ambos intentan comprender;
quizá incluso supere a cualquier premio Nobel en su defensa sin reservas de la
ciencia pura. Detrás de todos estos desafueros se esconde la convicción de que
el hombre dejará de ser esclavo y alcanzará al fin una dignidad que sea algo más
que un ejercicio de prudente conformismo, cuando sea capaz de abandonar sus
convicciones más fundamentales, incluso aquellas que presuntamente hacen de él
un hombre.